Visto y oído

Antonio / Sempere

Periodistas

EL IBC. Ya nos hemos familiarizado con el nombre. Así se llama el centro internacional de prensa de los Juegos Olímpicos de Pekín. Veo a los compañeros pegados a las pantallas de sus portátiles, escribiendo y editando que son gerundios, y reflexiono sobre la paradoja de estos tiempos modernos.

Entre vivir un evento desde casa o hacerlo desde un gabinete de comunicación, aparentemente, no hay tanta distancia. Al menos en lo formal. Los redactores, los técnicos, todos los acreditados que en un evento son, pasan más horas pegados a la pantalla del ordenador que viendo lo que se cuece in situ en las instalaciones. Suele ocurrir en todo tipo de celebraciones, y hablo por experiencia propia.

Recuerdo mi estancia en el último Fitur. Agobiado por la marabunta, cansado de recorrer pabellones, aterido por el frío (porque aunque estos días lo hayamos olvidado en Madrid, durante el mes de enero, hace un frío que pela), terminaba cada día refugiándome en la sala de prensa. Viviendo el evento a través del portátil. Abusando de la máquina del café, y siguiendo plácidamente las novedades de la jornada sin moverme de la mesa. Otro tanto podría decir de Expos, de festivales de cine, de tantos y tantos lugares a los que he acudido en calidad de acreditado. Pese a todo, incluso viviendo los eventos desde las salas de prensa, no cambio por nada la experiencia de vivirlos desde dentro, desde sus respectivos epicentros informativos. Allí donde se fabrican las noticias que otros leerán, escucharán y mirarán. De acuerdo que los Juegos Olímpicos se pueden ver mejor y más cómodamente desde casa. Pero quienes los siguen desde las cocinas del IBC son unos privilegiados, y lo saben.

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