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En tránsito

eduardo / jordá

Pésimas formas

HACE mucho tiempo que no se veía tanta tensión ni tanta agresividad en un debate de investidura. Los que recuerdo -y ya recuerdo muchos- eran aburridos y estaban repletos de cifras y de datos que no decían nada a nadie (en su sano juicio, se entiende). Pero eran mejores que estos debates cargados de electricidad en los que, me temo, alguien puede empezar a liarse a tortazos en cualquier momento, como ocurre en los parlamentos de Ucrania o de Kosovo, siempre al borde de la guerra civil (si no han caído ya en ella). Estos nuevos debates cargados de tensión te tienen en vilo durante un buen rato -y supongo que disparan las audiencias-, pero se van pareciendo peligrosamente a los debates más cafres de la televisión basura. Por fortuna hay parlamentarios que mantienen la compostura -y aún siguen siendo mayoría-, pero se percibe un deslizamiento muy peligroso hacia las pésimas formas, la chulería, la amenaza y hasta el matonismo.

Hablo con mi hija de estas cosas porque acaba de hacer un examen sobre la Segunda República. ¿Por qué mataron a Lorca?, me pregunta, ya que le cuesta mucho entender que pudiera pasar un cosa así. Por fortuna, vive en un mundo donde existe la seguridad jurídica y donde funciona el Estado de Derecho, por imperfecto que sea. Y por eso mismo no consigue entender que todo eso pueda venirse abajo en un santiamén, si la convivencia empieza a fracturarse y el odio se desborda y se van imponiendo las peores maneras. Y mi hija tampoco puede entender, porque la estabilidad y la seguridad en la que ha vivido le impiden comprenderlo, que todo lo que acaba mal ha empezado por debates corrientes en el Parlamento en los que poco a poco se han ido perdiendo las formas y han empezado a oírse insultos y amenazas. Todo empieza así, de una forma que parece normal, hasta que lo único que acaba siendo normal son las amenazas y los gritos y la falta de respeto. Y entonces llega un momento en que ya no hay vuelta atrás. En muchos lugares del mundo saben por experiencia cómo ocurren estas cosas. Aquí nos creemos inmunizados -y de momento lo estamos-, pero nadie está inmunizado jamás contra el odio que se desborda.

Por eso me da un poco de yuyu el tono de amenaza velada y de prepotencia chulesca que se ha apoderado de nuestros debates parlamentarios. Demasiado odio, demasiado rencor, demasiado matonismo. Mal asunto.

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