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La tribuna económica

Pícaros y vikingos

LA litigiosidad crece con la penuria. Quitando las demandas de divorcio, que descienden precisamente en épocas críticas, casi todos los demás ámbitos judiciales experimentan un mayor número de demandas cuando la economía mengua. "Hasta que la expansión económica os separe", cabe parafrasear el matrimonial precepto, porque la crisis es una poderosa defensora del vínculo: en ciertas épocas, no hay dinero ni para que se separen los que no se aguantan más, que se ven así abocados a plegarse a las economías de escala familiares: mejor una casa que dos, más barato un puchero que dos tristes precocinados.

Sería cómico, si no fuera vergonzoso, escuchar -como se escuchan- justificaciones para no pagar deudas; excusas del tipo "no te puedo pagar... ¿que por qué? Hombre, porque hay crisis". No porque mi empresa esté en crisis, sino porque hay crisis. Estos trenes baratos para el granuja contribuyen sin duda a que los juzgados tengan las costuras más reventonas que nunca. Sin embargo, la judicialización -con perdón- de la vida civil y mercantil no sólo tiene su causa en la crisis, sino que también la tiene en una incapacidad de dilucidar los conflictos entre las partes antes de llegar al largo y tortuoso camino del pleito. La negociación, reconozcámoslo, no es lo nuestro. Se nos calientan los cascos y los belfos y nos sentimos repentinamente Angela Chaning, espetándole al contrario: "Te mandaré a mis abogados"... aunque "mis abogados" sean unos telefonistas lejanos y sin rostro que cobran una iguala de 80 euritos al año. Aquí, una reunión de comunidad entraña alto riesgo de denuncia ante el juzgado de guardia, con el consiguiente encabronamiento del bloque, además de ese pellizco en el estómago cada vez que esperamos el ascensor, no sea que aparezca de pronto la parte contraria. Pero profundicemos un pelín más, y aportemos algún dato, de esos que llamamos "objetivos".

La litigiosidad suele medirse por el número de pleitos de un territorio por cada 100.000 habitantes. Pues bien, España tiene entre cinco y seis veces más litigiosidad que Gran Bretaña y otros países desarrollados. Cabe preguntarse por qué, dado lo descomunal de dicha asimetría. Podemos achacarlo a su mayor desarrollo y engrase económico, y algo de ello habría. También cabe imputarlo, en el caso de la comparación con Gran Bretaña, a una menor profusión y compeljidad de las leyes procesales: así lo afirman algunos peritos de la materia que me cogen cerca, y en los cuales confío, entre otras cosas porque coinciden en tal apreciación. Pero podemos hacer caso de Max Weber, y pensar que nuestra forma de ser, nuestras respectivas formas de comportarnos hacia dentro y hacia afuera tienen mucho que ver con ésta y otras cuestiones sociales. Británicos, escandinavos y germánicos tiene una raíz común guerrera, vikinga, y aun así se han dado una forma de proceder en lo colectivo -una religión- que, en la línea puritana, abjura de ciertos principios católicos, como aquel que dice que una buena confesión lo limpia todo, hasta la conciencia (lo dijo Carlo Marini, cardenal de Milán, hace unos meses en una entrevista). Quizá el pícaro abunda más aquí precisamente por eso, y también quizá por eso nuestros juzgados están como están.

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