Relatos de verano

Braulio Ortiz Poole

Pícnic en la Escuela Moderna (7)

El inflexible Federico y el alocado Juan Gabriel, los hermanos Benavent i Llopis, han defendido a lo largo de los años dos enfoques dispares de la educación. El primero es un amante de las costumbres con miedo a cualquier cambio; el segundo es un apasionado de la modernidad dispuesto a la revolución. El enfrentamiento que ha existido entre ambos bandos, la Escuela Ciriott y la Escuela Moderna, se aproxima a un terrible desenlace. Como unos nuevos Caín y Abel, Juan Gabriel y Federico verán como sus sucesivos desencuentros desembocarán en un final inevitable: la muerte de uno de ellos.

DEL mismo modo que Juan Gabriel probó sin éxito hacer carrera en la música, Federico intentó también con escasa fortuna vivir de sus escritos. Un obstáculo se interpuso en su sueño: se trataba a sí mismo con la dureza con la que evaluaba a sus alumnos, y la conciencia de sus propias limitaciones provocó que dejara inconclusas las novelas y obras de teatro -tragedias todas- en cuya redacción se afanaba. Sí pudo dar rienda suelta a esa vocación literaria, ya al final de su biografía y venerado como uno de los referentes intelectuales de su ciudad, en uno de los diarios locales de Valencia, que utilizó como vehículo para expresar su estupefacción por el extravío de la juventud y las barbaridades de la vida moderna. No barruntaba Llopis que le esperaba el mismo destino aciago que aguardaba a los personajes de sus ficciones fallidas, y que uno de esos artículos desencadenaría su muerte.

En uno de sus textos, Federico cargaba contra la extravagancia de la creación contemporánea, y confesaba que cada vez que visitaba una exposición creía sufrir un ataque cardíaco. ¿Cómo podía ser que un incomprensible amasijo de colores terrosos hablara nada menos que de la angustia existencial? ¿Quién consideraba arte que el autor incorporara a una tabla materiales de desecho? ¿Qué había sido de los bodegones y las escenas costumbristas? (Debido a ese inexplicable prodigio por el que nuestro protagonista recibía correos electrónicos en su cabeza, Llopis supo de la existencia futura de autores como Banksy o Damien Hirst, y entendió que había que frenar ese sinsentido). Aquella columna de Llopis tuvo un gran impacto en sus conciudadanos; las instituciones querían dar una imagen de modernidad y fomentaban propuestas diferentes, pero el público aún no estaba educado para entender ese lenguaje novedoso. Y Federico no hacía sino dar voz a una creencia generalizada: la pintura se había convertido en un oficio de embaucadores, de farsantes.

Pero nuestro articulista no presintió una de las consecuencias de su diatriba, que Juan Gabriel se pusiera en contacto con el mismo periódico y pidiera que le dejaran responder a su hermano en una tribuna. En ella, el menor de los Llopis se mofaba de los planteamientos decimonónicos, caducos, miopes, analfabetos de su familiar, le adoctrinaba sin pudor, despreciaba a quienes habían encallado España en un escandaloso atraso, lanzaba igualmente algunas afirmaciones de gusto discutible: "A veces, debo confesarlo, me entretengo con un proyecto un tanto sádico. Pienso en que los apóstoles de la tradición más caduca mueren, y yo me encargo de que algún amigo incorpore sus cenizas a un cuadro. Así el destino les gastará una broma terrible, y esos pobres idiotas estarán vinculados, para la eternidad o una parte de ella, a la pintura matérica que tanto detestaron".

Esas y otras frases exasperan a Federico, que siente ultrajado su honor y advierte que hasta sus propios alumnos se carcajean ante su figura. No puede permanecer impasible, discierne que tiene que recobrar el respeto que Juan Gabriel le ha arrebatado. Convencido de que el uso de arpilleras u hormigón en un lienzo sólo puede definirse como absurdo, de que la belleza se da en el trazo claro de una silueta humana o un objeto o paisaje reconocibles, reta a Federico a que demuestre en público que, por ejemplo, una obra del joven Tàpies puede ser considerada arte. El otro especialista no se acobarda, e invita a los aficionados a un acto en el Ateneo de Valencia el 16 de abril de 1962 en el que expondrá sus tesis. Mediante unas avanzadísimas deducciones matemáticas, pero con gran perspicacia para definir los conceptos y conseguir que la gente entienda su lección, Juan Gabriel no sólo logra 372 adeptos a la pintura contemporánea, también corrige por casualidad algunas imprecisiones existentes en torno a los leones marinos del Perú. Hundido por su fracaso, intuyéndose ya un engranaje anacrónico en la maquinaria de la vida, Federico se despide del mundo con un cosquilleo en el brazo y un dolor en el pecho que esta vez no se deben a la hipocondría.

Su muerte desata reacciones enfrentadas: la prensa lo despide conmovida como un mártir de la tradición, pero sus detractores celebran sin recato su pérdida. Como aún no existen las redes sociales y no pueden dejar allí sus comentarios, los defensores de la modernidad corren a los baños públicos del Ateneo valenciano a hacer pintadas. "Hoy ha muerto un rancio", aún se puede leer en una de ellas, "España es un país mejor".

Tres años después del fallecimiento de su pariente, Juan Gabriel cerró la Escuela Moderna porque, dijo, "ya no tenía con quién pelearme, y el tema había perdido la gracia". No sabemos el paradero de las cenizas de Federico, pero la amistad que Juan Gabriel tenía con algunos pintores -Manuel Hernández Mompó entre ellos- nos hace temer lo peor.

El caso de los hermanos Llopis nos sirve para la teoría que queremos defender: Caín y Abel siguen entre nosotros, a los españoles nos gusta discutir, siempre andamos enfrentados. En un programa televisivo reciente, un guía de Helsinki opinaba que "para un finlandés es difícil soportar eso de que los españoles canten y bailen y saquen las navajas cuando se presenta algún problema". Aunque nuestra fuente incurre en la tentación del estereotipo y se remonta a alguna lectura sobre la época de los bandoleros, no podemos negar que deberíamos rebajar el tono crispado de nuestro debate.

Tags

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios