La tribuna

Gumersindo Ruiz

Piratería y política internacional

LA piratería nos ha tocado de cerca al sufrir ataques los pescadores atuneros españoles que hacen el largo recorrido desde sus bases en las islas Seychelles hasta el Golfo de Adén, cruzando la zona de mayor peligro frente a las costas de Somalia. Es un asunto que se ha ido de las manos a la comunidad internacional, y lo que empezó como noticias aisladas, más o menos llamativas, se ha convertido en un problema de primer orden para el comercio. Está claro que, como en tantas otras cosas, falta un compromiso político y una respuesta completa y contundente.

Chris Patten, en su último libro sobre política mundial, dice que tras el tsunami de 2004 la piratería en el Estrecho de Malaca se detuvo, volviendo de nuevo la actividad en febrero de 2005; la explicación es que durante ese tiempo las líneas marítimas estaban cubiertas por barcos de guerra que daban asistencia a las víctimas del siniestro, alejando de paso a los piratas. La cuestión es, pues, si se trata sólo de un problema de seguridad que requiere más recursos, o de un tema más complejo.

En 2008 se dieron 111 ataques y 42 secuestros relacionados con Somalia. El secuestro de un petrolero y un buque con armas hace unos meses puso en evidencia la gravedad de la situación y la disposición de las víctimas a pagar rescates para evitar daños a navíos y cargas de valor. Más de 300.000 barcos transitan anualmente por las costas de Somalia, y por ahí circula un tercio del petróleo mundial. Las consecuencias no son sólo para los países que han sufrido directamente ataques, como Francia, Estados Unidos, Grecia, Dinamarca o España, pues los seguros y los costes de protección encarecen productos que afectan a países como Irán, ya que ésta es también la ruta por donde se transporta el trigo. Se trata, pues, de un problema internacional cuya solución y coste han de asumirse globalmente.

Somalia es un país sin Gobierno desde 1991, cuando el dictador Siad Barre fue derrocado; la reciente elección de Sharif Ahmed, un islamista moderado, podría dar alguna esperanza, pero la situación está muy deteriorada. Algunos culpan a la política del presidente Bush que, tratando de aislar a los islamistas, propició la aparición de grupos radicales armados inspirados por Al Qaeda. La piratería surge, pues, en un país sin control, ante la oportunidad de conseguir dinero mediante rescates. La mayor organización de los piratas en grupos jerarquizados es un problema adicional, por su capacidad de procurarse financiación para adquirir lanchas y armas, y construir bases flotantes y costeras. Lo que empezó siendo unos grupos dispersos de aventureros se ha convertido en un poder que introduce conflicto en toda la zona, incluidos países como Kenya, y el problema de seguridad más serio al que se enfrenta el comercio naviero mundial.

En su libro: Botes, estados débiles, dinero sucio, Martin Murphy ha unido la política y la piratería. No hay vínculos concretos entre piratería y terrorismo, aunque ambos usan métodos violentos. La piratería sí es un fenómeno global, vinculado casi siempre a la inestabilidad política, y va desde Filipinas a Indonesia, las costas de Somalia y el Golfo de Adén, al Estrecho de Malaca, la Bahía de Bengala, o las costas de Nigeria, pero no es un problema global con una misma raíz como el terrorismo.

La respuesta puede parecer tan simple como proporcionar mayor protección mediante navíos de guerra, helicópteros o aviones, o usar la sofisticada tecnología de detección y seguridad disponible. Está claro que hay que pagar por la seguridad para ir más allá de lo que las organizaciones no gubernamentales, con toda su buena disposición y empeño admirable, pueden hacer por la paz. Pero la solución no es sólo contar con medios -ya hay ofertas privadas para organizar y coordinar el control de la zona, por parte de Aegis, la sociedad norteamericana de servicios de defensa-, Somalia necesita urgentemente la protección de Naciones Unidas hasta que tenga un Gobierno estable. Es un país rico, con minerales, pesca, agricultura y ganadería, y debe tener el control de sus recursos mediante empresas mixtas con otros países, como alternativa a actividades delictivas.

Como la actual crisis ha puesto de manifiesto, los problemas son más y más globales; política internacional y piratería van juntas, y no se puede dejar que África se derrumbe con la crisis por imposible que parezca la resolución de sus conflictos. Las incipientes reformas de la última década deben recuperarse, y para ello hay que abrir el comercio, financiar, invertir, exigir responsabilidades a los gobernantes, para lograr una base estable sobre la que construir el futuro.

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