AQUELLO de que una mentira cien veces dicha acaba siendo una verdad encuentra en las redes sociales un peligroso caldo de cultivo. Allí donde todo lo que se dice tiene un efecto multiplicador (de ahí adopta el término red), la especie de que Reyes lleva una vida desordenada y de que se arrastra por el campo tiene mucho más eco que cualquier otro mérito.

La sociedad actual se inmoviliza en los estereotipos y las nuevas tecnologías los convierten en documentos compulsados a base, muchas veces, de hacer chistes, cada cual más ingenioso. Reyes sólo juega cuando quiere, Emery se equivoca mucho más que acierta y Banega es un golfo integral que de vez en cuando juega al fútbol. He salido muchas veces del Sánchez-Pizjuán con la idea de que Reyes fue el mejor, todo lo contrario que la sensación generalizada al entrar en contacto con el mundo.

Pero quizá muchas veces le damos oficialidad a un mundo que no es real y al que ni siquiera miramos a los ojos porque ni sabemos qué color tienen. Un entrenador del Sevilla de no hace mucho nos hizo a tres compañeros del Diario una reflexión que veía fuera de lugar y a la que cada vez le doy más vueltas. "Si te fijas, ¿quién está en Twitter? Sólo jóvenes".

No sé si será verdad -generalizar tampoco es lo correcto-, pero esta sociedad ha virado a un extraño mundo de avatares en el que nadie es quien dice ser, pero todo el mundo opina y si es más despectivo, mejor. Detrás de perfiles con miles de seguidores sé de chavales que después de que papá y mamá le llenen la panza dan lecciones con malos modos a profesionales que les triplican la edad en cualquier ámbito: periodistas, entrenadores... Opiniones vienen y van, discusiones sin sentido, informadores que no lo son pero que lo saben todo, técnicos que ven mejor el fútbol que nadie desde el sofá y sociólogos que arreglarían de un plumazo la violencia de los ultras. El juego es ganarse un respeto y engañar a cuantos más mejor, como el pequeño Nicolás.