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Plátanos de San Lorenzo

Muerto el plátano, talado por lo sano, apeado por decirlo suave, la plaza ya no será como la hemos conocido

éste era un secreto a voces, que lo sabía media Sevilla: van a talar los plátanos de la plaza de San Lorenzo. Lo cuento hoy, que es viernes del Señor y viernes de besamanos de la Soledad, y cuando vengo de escribir un texto sobre Romero Murube. ¿Qué pensaría don Joaquín, al conocer que los plátanos de San Lorenzo serán talados? Tristemente, da igual lo que pensara, pues les han extendido el certificado de defunción. Y se debe añadir, ojo, que no es por un arboricidio mal entendido, no es porque el alcalde Espadas se disfrace de Juan Serrucho, sino que esos árboles ya no tienen remedio.

Los plátanos de la plaza de San Lorenzo están más muertos que vivos. Los vemos ahí, pero se pueden desmayar en cualquier momento. Hace poco menos de tres años, en mayo de 2017, apearon tres de los 16 plátanos que allí existían. Antes, en tiempos del alcalde Zoido, habían apeado dos palmeras. El apeadero va a seguir. Los demás plátanos tampoco han pasado el reconocimiento, y amenazan con desplomarse. ¿Qué pasaría si se cae uno contra los asistentes a una procesión o contra una cola en la plaza? Recuérdese lo del palo borracho del Alcázar. Estos plátanos ancianos no están borrachos, sino que les han dado los últimos auxilios previos a la eutanasia arbórea, les guste o no.

Son plátanos zombis, que los vemos vivos, pero están en el más allá de los cielos que perdimos. Un plátano como esos suele durar en torno a un siglo, y los de la plaza de San Lorenzo han superado el tiempo de la esperanza media. Es una pena. Esos árboles han visto más de un siglo de Semana Santa en San Lorenzo, que ya es ver; y se remojaron en la riada de 1961, cuando la plaza parecía el gran canal de Venecia y la parroquia era como una versión sevillana de la basílica de San Marco, pero con el Gran Poder y la Soledad dentro.

Los vencejos y otras aves (no todas de buen agüero) han revoloteado mucho en torno a los plátanos. Algunas montaron nidos, como las golondrinas de Bécquer, cuyo Año coincide precisamente con la tala terapéutica. Después de lo que pasó con los naranjos (que iban a reducir, y resultó que no), ahora le ha llegado el turno a la familia de las platanáceas. Pueden culpar al calentamiento global, pero es ley de vida.

Muerto el plátano, cautivo y desarmado, talado por lo sano, apeado por decirlo suave, la plaza ya no será como la hemos conocido. Habrá otros brotes verdes, los nuevos árboles, que en décadas venideras se enraizarán en el paisaje. Pero en la próxima Semana Santa no habrá plátanos en la plaza de San Lorenzo, y eso se notará en las fotografías, y eso dolerá en los ojos.

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