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La Noria

Carlos Mármol

Plaza Nueva: precisión de foco

Los primeros compases de la actual etapa municipal dibujan un escenario político singular en el que los nuevos protagonistas parecen resistirse, a pesar del resultado electoral, a perder del todo su condición de tramoyistas

RESULTA tan llamativo como a todas luces incomprensible. Sobre todo si uno tiene una mayoría absoluta de veinte concejales. Y sin embargo, como decía Neruda, sucede. Y va a seguir ocurriendo durante un cierto tiempo. No cabe duda. Los compases iniciales de la nueva etapa municipal, marcados por la rotunda victoria del PP en las pasadas elecciones locales, se están caracterizando por dos episodios destacados y complementarios: los criterios de reparto del poder interno que está aplicando el alcalde, Juan Ignacio Zoido, y los primeros mensajes externos (vitales, pues la imagen de cualquier gobernante se dirime según el sentido íntimo de sus primeras decisiones) lanzados desde la Alcaldía.

En la primera cuestión, el movimiento final de fichas dentro del tablero interno parece alimentar una antigua intuición: el nuevo regidor ha repartido juego de modo y manera -que diría el ex vicealcalde Emilio Carrillo- que no haya, dentro de su propio equipo de trabajo, ningún potencial rival de futuro. Lógico, dirán algunos. Nadie discute su liderazgo político. Justamente por eso llama la atención: porque nadie cuestiona al nuevo líder hay quien piensa que la solidez de un buen director de orquesta se mide precisamente por su grado de generosidad al formar su equipo y dejar, en función del talento percibido entre sus filas, que sus segundos cobren un cierto protagonismo en determinadas cuestiones.

La hoja de ruta elegida por Zoido para articular su estructura de mando parece guiarse precisamente por lo contrario: una distribución del poder muy sopesada que, de hecho, busca antes que nada evitar cualquier atisbo (siquiera potencial) que contribuya a consolidar cualquier lejano referente alternativo, aunque en esta fase inicial tal cuestión sea algo prematura. O no. En el mundo de política nunca se sabe del todo.

Quienes formaron su núcleo duro en la oposición no han terminado en los puestos más brillantes del gobierno (la tesis oficial es que serán los funcionarios los que asuman estas tareas) y, aunque todavía figuran dentro del sanedrín donde se decide, parece que su papel no va a ser tan intenso como se auguraba. Sin obviar el hecho -inevitable, por otra parte- de que al repartir las funciones de mando es justo cuando suelen producirse -por pura condición humana- los primeros desengaños secretos. De momento, bastante silenciosos. Ocultos. Callados. Se diría que discretos.

Los mensajes públicos lanzados en estas primeras semanas son igualmente interesantes. Zoido, que comenzó patinando solito con la peregrina idea de impulsar un nuevo revisionismo estético del centro de Sevilla, dando inteligentemente un paso atrás casi inmediato (Monteseirín no es el único que solía tener esta costumbre), y que después ha corregido decisiones ya tomadas como la desaparición del Cecop -recompuesta en horas veinticuatro- hasta ahora sólo ha enseñado dos caras. Primera: que será un alcalde reivindicativo con la Junta de Andalucía, cuyo futuro gobierno depende de las elecciones autonómicas del próximo año. Y segunda: que esta vocación combativa (cuyo máximo exponente es que el alcalde seguirá como diputado en el Parlamento andaluz) pretende equilibrarse con cierto talante dialogante cuyas evidencias son la decisión de reincorporar a la oposición a los órganos de administración de las empresas municipales y la oferta (consumada hace dos semanas) a PSOE e IU para acordar con ellos unos puntos mínimos de consenso para la nueva etapa municipal.

En el teatro de la política (que unas veces es un drama y otras un sainete) conviene no confundir la puesta en escena con las pulsiones internas. Mientras el PP juega la baza de la contención aparente, los fontaneros del nuevo gobierno municipal vienen administrando en paralelo las fotos más negativas (y ciertas, en algunos casos) de la anterior etapa. Una táctica que se intensificará si finalmente Zoido realiza la prometida auditoría de los organismos municipales.

Sin discutir la legitimidad del alcalde para adoptar esta medida, que parece natural, se deja ver también cierta obsesión (escondida, pero evidente) por intentar que el foco de atención de los ciudadanos siga fijo durante mucho tiempo en la etapa municipal previa. La táctica sería admisible a corto plazo -nadie es tan ingenuo como para esperar que los populares no utilicen en su beneficio la información del traspaso de poderes- pero no será, a medio plazo, justificación alguna para que el nuevo alcalde no ponga en pie su propio programa de gobierno, cuya principal paradoja interna es que se sustenta en una serie de promesas (unas más concretas que otras) cuya viabilidad le obligará más bien pronto a decidir y, por tanto, a tener que mojarse en determinadas cuestiones.

El episodio más divertido de este primer acto municipal -la obra entera durará cuatro años y, probablemente tendrá hasta intermedios- es la extraña obsesión por los movimientos de la oposición que todavía persiste en ciertos ámbitos del nuevo poder local. Símbolo de que el tránsito (mental) que el PP tiene que hacer desde la oposición al poder no está del todo ajustado. No se trata sólo de la mencionada voluntad de airear los errores, descuidos o manifiestos campanazos de la anterior coalición PSOE e IU, sino de la extraña orfandad (de rival) en la que viven algunos estrategas del PP, acostumbrados a un cuerpo a cuerpo destructivo e incapaces de entender que también se puede, y se debe, hacer política sin estar constantemente en posición de combate ante el enemigo.

-¿Qué pasa con la oposición? ¿Por qué no dice nada? ¿Por qué Espadas es tan tibio al criticar al alcalde? ¿Por qué Torrijos no ha empezado ya a tronar contra el gobierno?, se preguntan sin comprender que tanto los socialistas como la coalición de izquierdas, dados los resultados del 22-M, parecen haber decidido bajar el balón al suelo y sencillamente esperar. Incluso colaborar. Dejar gobernar, cosa que no siempre hizo el actual alcalde durante su fase como jefe de la oposición.

Tal táctica, que tiene una razón tanto anímica como racional, y que quizás sea tan espontánea como fruto de la meditación, tiene desconcertado a muchos, cuya principal aportación durante estos años ha sido intentar dirigir el foco de la función (los tramoyistas, en teatro, son aquellos de quienes dependen los efectos visuales y sonoros de la representación) hacia el mismo punto fijo, probablemente para que los espectadores -los ciudadanos- no perciban nunca todo el escenario político ni puedan tener suficiente amplitud de campo.

Hay que admitir que, a tenor de los resultados electorales, el recurso escénico les funcionó muy bien. Hasta ahora. Ocurre, sin embargo, que un hecho nuevo está sobre el tablero de juego. Paradójicamente es la cuestión más deseada por los propios tramoyistas: la victoria electoral. El rotundo triunfo de Zoido no sólo ha sido un logro político para el PP en su carrera hacia la Junta de Andalucía, sino que al mismo tiempo provocará que vaya afianzándose una percepción diferente (en principio leve; con el tiempo mucho más acusada) del personaje público construido por su equipo de campaña. No es raro que en los cuarteles del PP, sobre todo durante los nueve meses que restan para las autonómicas, haya orden de conservar, como un tesoro, el perfil populista y amable del alcalde. Si los electores dejan de mirarlo como un redentor y se olvidan de los malditos diablos rojos de los últimos años (PSOE e IU), sencillamente si alguien cambia la luz del foco, igual empiezan de pronto los problemas. Porque gobernar, si se hace de verdad, siempre implica meterse en problemas.

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