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Luis Carlos Peris

Pleno del juez Calatayud

EMILIO Calatayud, el campechano juez de Menores de Granada, es una debilidad del arriba firmante. Suele dar en la tecla en cuanto aborda el delicado tema de la delincuencia juvenil y no deja títere con cabeza a la hora de depurar responsabilidades. Lo último ha sido su análisis de la tormenta judicial desatada en torno al Caso Mari Luz, que no debiera llamarse así sino Caso Santiago del Valle, el presunto asesino y anteriormente convicto pederasta. Desde la autoridad que no sólo se le supone, sino que ha demostrado con creces, ha dicho del penoso caso lo que casi todos pensamos, que a la pequeña huelvana entre todos la mataron, unos más que menos, y que esta sociedad que padecemos no está en su conjunto libre de culpa. Ha señalado desde el ministro de Justicia al padre de la niña pasando por el Ministerio Fiscal, al Servicio de Inspección del Poder Judicial y también a la Junta de Andalucía.

A los garantes de la Justicia les achaca, lógicamente, el mal funcionamiento de ésta y al padre de la niña asesinada por haberla dejado salir sola a la calle. No exime de culpa al juez Tirado, pero hace hincapié en algo que estamos sosteniendo desde los días más calientes del linchamiento moral que sufre y es que él no es el responsable del doloroso suceso, que no fue él el que mató a Mari Luz. Lo que más llama la atención de las declaraciones del ejemplarizante juez manchego es que no deja irse de rositas al padre de la víctima, pero no debiera sorprender. El caballo de batalla de Emilio Calatayud en su larga lucha por la reinserción de jóvenes siempre estuvo en el papel que desempeñan los padres en la formación de sus hijos. Por eso habría sorprendido que el juez de Granada pasase por alto el rol de Juan José Cortés, esa especie de admirable Padre Coraje que el día de autos cometió la desaplicación de dejar a su hija sola ante uno de los muchos peligros emboscados que la vida guarda para los niños.

Admiro la entereza de Emilio Calatayud desde que comenzó su cruzada por castigar a los jóvenes delincuentes con la pedagogía como elemento principal para lo sancionable. Denunció con energía el pendulazo social que supuso pasar del padre del ordeno y mando a los que dimiten de su papel pasando a ser unos amigos más de sus hijos. "Yo no soy amigo de mis hijos porque en ese caso los habría dejado huérfanos" argumentó Calatayud, que explica el fracaso de esta sociedad con una sentencia pavorosa. "Ahora juzgo a los hijos de mis primeros chorizos" es una frase que no sólo da que pensar, sino que pone de manifiesto que el sentido de familia está tocado en su línea de flotación. Desde el ministro al padre son culpables es algo que pensamos muchos y que sólo Emilio Calatayud, martillo de una sociedad enferma, tuvo la valentía de decir.

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