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Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Plus Ultra

Con el 'Brexit', Europa pierde una voz crítica con las tentaciones hegemónicas de Francia y Alemania

Nuestra intelectualidad más comprometida gira el cuello 360 grados cada vez que escucha su nombre. La FAES (Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales), nos dicen, es una especie de contubernio donde hombres sin escrúpulos ni entrañas diseñan políticas cuyos fines son el fomento de la desigualdad, la contaminación del medio ambiente, la restricción de los derechos laborales y un largo etcétera de maldades. Sin embargo, cualquiera que frecuente sin prejuicios las páginas de su revista, Cuadernos de pensamiento político, comprobará que es uno de los laboratorios de ideas liberal-conservadoras más interesantes del mundo hispanohablante, con artículos de una deliciosa y rigurosa incorrección política, sin recurrir a los insultos y exabruptos digitales a los que nos tienen acostumbrados los provocadores oficiales de twitter.

Una de las apuestas de la FAES -y de su cabeza fundadora, el demonizado Aznar- ha sido el atlantismo, que es lo mismo que llevarse bien y compartir intereses con EEUU y el Reino Unido, los dos países que inventaron la democracia. Como afirma con su potente prosa e inteligencia genética José Varela Ortega: "Nuestros intereses están en el Atlántico, no en los Urales". Incluso en estos tiempos en los que el eje mundial se ha movido al Pacífico, el viejo Mare Tenebrosum sigue siendo el camino de España para buscar su sitio en el mundo. Sin embargo, el atlantismo sufre hoy importantes sacudidas provenientes de la derecha populista (tanto la de Trump como la europea, que admira la virilidad macarrónica de Putin) y de la izquierda afrancesada, que siempre está dispuesta a continuar con el espíritu de los Pactos de Familia borbónicos (en resumen: Francia manda, España obedece). Lo que queremos decir con tantas revueltas verbales es que, con el triunfo definitivo del Brexit, España y Europa extravían muchas cosas, entre otras una mirada atlántica que es fundamental para nuestro país. También una voz crítica, la británica, que muchas veces era incómoda y oportunista, pero también un imprescindible contrapunto a las ambiciones hegemónicas de la Francia neobonapartista y la Alemania neobismarkiana. El Brexit favorece a los que nos quieren hacer mirar a los Urales, al oriente, a unas rutas terrestres que siempre han estado taponadas (ahora más que nunca). Alguien debería recordar a nuestros gobernantes lo que ya comprendió el César Carlos (quien sumó a la heráldica española la filacteria con el Plus Ultra): al Pacífico se va por el Atlántico, no por Siria.

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