La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Pobres, pero sobre todo de criterio

Hemos perdido tiendas de muebles, prestaciones en las casas, trenes y aviones y, por supuesto, menaje de valor

Mueble de caoba

Mueble de caoba

Comentaba el sastre Francisco O’Kean que un traje hecho a medida es una obra de artesanía que poca gente sabe valorar. La confección mermó las sastrerías como Ikea ha dejado las tiendas de muebles de toda la vida en establecimientos residuales. ¿Dónde se adquiere hoy una cómoda, un comedor o una librería de maderas nobles? Tarea difícil. La oferta es escasa porque la demanda también lo es. En Sevilla cerró no hace muchos años uno de los escasos comercios donde se vendían juegos de sábanas elaborados, mantelerías y menaje, en general, trabajado en hilo. Si no se valora, si no hay clientes con criterio que sepan distinguir una pieza hecha a mano de una industrial, no tiene sentido ofrecer ciertos productos. La tienda en cuestión, que estaba en la calle San Eloy, fue reduciendo la oferta hasta que acabó por echar la persiana. Hoy, por ejemplo, serían inimaginables aquellos comercios de la sociedad estatal Artespaña, la firma que desde 1969 promovió el mueble español de diseño y alta calidad. La entidad fue muy potenciada por los gobiernos socialistas en los años ochenta.

El mueble de bajo coste que se monta en casa, bien porque usted asume la tarea, bien porque echa mano de un cuñado, o bien porque recurre a ese amigo de toda la vida, ha orillado el clásico y artesanal, que ha quedado para un público minoritario. Ningún fenómeno es aislado. Los cambios de tendencias suelen ser simultáneos en todos los órdenes. Cada vez hay menos casas con recibidores que permitan atender a alguien sin enseñarle el salón, los balcones son meros habitáculos, cosa que sufrimos durante el confinamiento, y cada vez hay más cuartos de baño sin bidé, hasta el punto de que o se espabila cuando encarga uno o el albañil no deja sitio para este sanitario. Y, por supuesto, cada vez las alcobas son más pequeñas. “¿Para qué quiere un dormitorio más grande si aquí sólo va a estar por las noches?”, te dice el vendedor al mismo tiempo que te ensalza la gran pared prevista para el televisor en el salón. La sociedad de consumo va imponiendo sus hábitos poco a poco, eliminando las prestaciones tanto en las casas como en los hoteles, trenes y aviones.

Impera un funcionalismo casi agresivo. Y al mismo tiempo retira los productos de calidad por falta de interés en el público. ¿O por conveniencia del guión? La artesanía es un lujo, como lo es ya la comida casera. Ciertos artículos no deberían costar tanto, pero hemos provocado una suerte de inflación inadvertida. Es verdad que somos más pobres, sobre todo de criterio.

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