YA en marzo, en el debate de investidura que perdió Pedro Sánchez, Pablo Iglesias se dirigió así a los diputados del PP: "Permítanme que les recuerde que muchos de ustedes son hijos políticos del totalitarismo. Su partido nació del acuerdo de siete ministros franquistas". El miércoles volvió a decirle a Rajoy: "Su partido lo fundaron gente que fueron cuadros de una dictadura y que obligaban a hacer el saludo romano y llevar camisa azul". Y es que la mezcolanza de comunismo y populismo de Podemos precisa con desesperación convocar el fantasma del fascismo para justificar su anacrónica existencia. Dado que para su desgracia -y nuestra fortuna- España carece de partidos de extrema derecha como los que crecen en Europa, se ve obligado a meterse en el túnel del tiempo para resucitar el extinto franquismo y echarle el muerto al PP aludiendo a los orígenes de Alianza Popular.

Que por estrategia o convencimiento los franquistas enfrentados al búnker se reciclaran democráticamente en Alianza Popular fue algo tan importante y positivo para la democracia como que los comunistas totalitarios y estalinistas -que acarreaban más sangrientas infamias que los franquistas- se fueran reciclando democráticamente cuando en 1968 el PCI y el PCE condenaron la invasión soviética de Praga, cuando en 1975 rompieron con la URSS para construir el socialismo "en paz y libertad", cuando en 1977 -¡un año después de la fundación de AP!- Berlinguer, Carrillo y Marchais presentaron el proyecto eurocomunista y cuando el 16 de abril de ese año, tras la legalización del PCE, Carrillo anunció que los comunistas aceptaban la bandera roja y gualda y la monarquía parlamentaria. Y esto no es opinión, sino historia.

Nadie en el PP ha levantado o levanta el brazo, pero muchos en Unidos Podemos levantan el puño. Como replicó Rajoy a Iglesias: "¿Es usted el único demócrata que hay en esta Cámara, y es el único honrado que hay en España? Yo nunca le he reprochado que levante el puño... mientras no sea obligatorio". Por cierto, aunque muchos lo mantuvieran, la obligatoriedad del saludo fascista se derogó por un decreto del 11 de septiembre de 1945, cuatro meses después de la victoria aliada, cuando la guerra civil griega fue el preámbulo de la Guerra Fría que tan bien le vino a Franco. Poco y rancio discurso hay que tener para recurrir en 2016 a brazos en alto y camisas azules.