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Poder o no poder

Estamos asistiendo a un derrumbe silencioso de la idea de autoridad, que cada vez interesa menos

El abandono de la política de Soraya Sáenz de Santamaría era de esperar. Había ido escenificando su despedida con cortos pasos muy bien medidos pero elocuentes. No acudía allí, hacía un desplante acá, guardaba silencios. Su talla política la determinarán a partir de ahora los historiadores. Parecería, por tanto, que no hay mucho que comentar ni por el lado de la sorpresa (inexistente) ni por el del juicio sobre su aportación histórica (pendiente de más sopesados análisis).

Sin embargo, hay una dimensión de su marcha que propicia un análisis. La sobrevaloración del poder. Toda la opinión pública ve natural que, tras perder en las primarias y habiendo perdido toda esperanza de alcanzar el poder del partido, se vaya. Yo me pregunto dónde han quedado sus proclamas de servicio al Partido Popular y a la sociedad española.

Es una pregunta retórica, por supuesto. Pero que sirve para enfocar el dilema: poder o no poder, ésa es la cuestión. ¿No podía Soraya haberse quedado de parlamentaria, poniendo al servicio de su partido todos sus innegables talentos y sus incomparables experiencias? ¿No crearía, además, de forma interna, un sutil sistema de checks and balances del liderazgo de Casado, que, a la larga, beneficiaría al partido? El puesto de representante de la soberanía nacional, ¿no ofrece suficiente atractivo para quien ha probado las mieles del mando?

Lo digo de Soraya, pero podría decirse de Pedro Sánchez, que ha hecho lo posible y lo imposible por tocar poder, y de tantos otros. Incluso la nueva obsesión social por el "empoderamiento" revela la misma ansia monotemática que lo impregna todo.

En el fondo, estamos asistiendo a un derrumbe silencioso de la idea de autoridad, que cada vez interesa menos y a menos gente. ¿No la tendría -autoridad de sobra- Soraya en el Partido Popular y desde su puesto de diputada? Pero la autoridad es el saber socialmente reconocido y el saber importa cada vez menos frente a la erótica del poder, y quizá tampoco tengamos ya una sociedad integrada capaz de valorar (ni siquiera de reconocer) el saber.

Estamos ante un movimiento social muy sutil y subterráneo, pero grave. La autoridad moral ha dejado de ser una aspiración o, al menos, una aspiración clave, y cede ante el poder político o el poderío económico o, si acaso, la influencia mediática, fácilmente monetizable. "O César o nada" es uno de los estribillos implícitos de nuestro tiempo.

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