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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

EL 10 de enero falleció el poeta Ángel González. Fueron mis primeras lágrimas de este año. Nada grave. Emoción pura y emoción honda. Para quienes don Ángel formaba parte de la educación sentimental, más que nuestros padres, más que nuestros maestros, es algo muy natural.

El poeta tenía por costumbre pasar por los Cursos de Verano de El Escorial cada mes de julio, donde disfrutaba con sus amigos. Con Caballero Bonald, con Luis García Montero y Benjamín Prado. Era obligatoria que en su primer julio de ausencia la Complutense le rindiera un homenaje. Lo que vimos, lo que escuchamos, una tertulia sencilla entre gente sencilla, con Juan Cruz y los mentados Prado y García Montero, hubiera sido un buen programa de televisión. No sé si de televisión temática, generalista, de 'prime time' o de sobremesa. De muy buena televisión, en suma. La que apela a las emociones y la inteligencia. La que nos hace mejores personas.

Desde que los informativos del 10 de enero se hiciesen eco del obituario, unas cadenas con mayor fortuna que otras, nada más se supo en la pequeña pantalla de don Angel González. Ese ser que afirmó que para vivir un día hay que saber morir muchas veces. Ese poeta capaz de despedirse con unos versos tan sutiles: "Lo que queda -tan poco ya- sería suficiente si durase". O "la fatiga no está en los ojos que miran; está en todo lo que ven".

Ángel González miraba mucho y hablaba poco. A pesar de ser el autor de Palabra sobre palabra, con su mirada sabía expresarlo todo. Decía otro grande, el cineasta Mizoguchi, que después de cada mirada deberíamos lavarnos lo ojos. Para regresar al goce contemplativo con la ilusión de un primerizo. Así sabía mirar Ángel González, joven hasta el último día. Uno de los poetas preferidos de los lectores universitarios.

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