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El análisis

Política monetaria en tiempos de crisis

Existe un círculo perverso en torno a los tipos de interés: si suben, penalizarán el crédito y, por ende, la inversión y el consumo; pero si bajan, favorecerán la inflación

LA cuesta de enero se ha convertido en un puerto de primera categoría para los países desarrollados que ven como, después de la pájara de las subprime y del lunes negro de la pasada semana, sus perseguidores en el pelotón de los emergentes se aproximan peligrosamente a la cabeza de carrera. Además, a los europeos nos pillan con el euro más caro desde que existe y con la inflación más elevada desde que comenzó a circular, lo que se traduce en un deterioro de la competitividad que va a permitir que la aportación de las economías emergentes al crecimiento de la riqueza mundial durante este año sea, por primera vez, superior al de las desarrolladas, donde, por si fuera poco, no terminamos de ponernos de acuerdo sobre cómo actuar.

Políticas monetarias expansivas frente a la crisis y contractivas frente a la inflación, pero ¿qué hacer cuando, como ahora, los dos problemas se presentan al mismo tiempo? Lo que se deduce de los hechos es que en opinión de la Reserva Federal estadounidense hay que dar prioridad a la crisis y subordinar el objetivo de inflación al de abandonar cuanto antes la recesión y limitar en la medida de lo posible sus consecuencias sobre el consumo, la inversión, el crecimiento y el empleo. En coherencia con ello, en los últimos nueve días ha reducido el tipo de interés oficial en 1,25 puntos, hasta situarlo en el 3 por ciento. Considera el banco central estadounidense que de esta manera contribuye, junto a las medidas fiscales del Gobierno, a animar el crédito y la inversión y el consumo, con lo que esperan frenar la recesión a la que todo el mundo insiste en condenar a la economía norteamericana durante este año.

En Europa, las cosas van de otra manera. Aquí no se bajan los tipos de interés, de momento, y desde el Banco Central Europeo se insiste en que la lucha contra el ciclo corresponde a los gobiernos y que únicamente cabe pensar en su complicidad cuando el objetivo de inflación esté garantizado, que no parece ser la situación actual. Lo que sí hace el BCE es ofrecer tanta liquidez a la economía como sea necesaria al tipo de interés oficial, el 4 por ciento, aunque mediante un sistema de subastas que, dependiendo de la presión que ejercen los bancos que acuden a las mismas, determinan que los tipos marginales sean más elevados, que son los que posteriormente se reflejan en el mercado interbancario y en las hipotecas.

¿Qué tendría que ocurrir para que el BCE se decida a modificar su tipo de interés oficial? Una posible razón sería, por ejemplo, que el tipo al que finalmente se adjudica el crédito en las subastas se aleje sistemáticamente del oficial, lo que podría hacer pensar al banco que su nivel no se corresponde con el que señala el mercado y decidirlo a practicar una corrección. Durante el pasado mes de diciembre el interbancario alcanzó un máximo del 4,79 por ciento y desde entonces ha evolucionado a la baja, en respuesta a las fuertes inyecciones de liquidez de las últimas semanas, hasta situarse en el nivel más reducido de los últimos ocho meses, lo que permite pensar que, al menos por el momento, las tensiones financieras pueden resolverse satisfactoriamente con las operaciones habituales para el manejo de la cantidad de dinero en circulación y mantener intactos el cartucho de los tipos de interés, por si más adelante fuese necesario utilizarlos.

Otra posible razón sería una inflación elevada, teniendo en cuenta que por tal no sólo hay que entender a la que es mayor que en otras partes, sino sobre todo a la que es mayor que la esperada. Una inflación superior a la esperada reduce la renta real, es decir, el poder adquisitivo de los hogares, que se verían obligados a modificar sus planes de consumo, que es la variable que todo el mundo considera decisiva para poder frenar la recesión. La situación podría calificarse como de círculo perverso en torno a los tipos de interés, puesto que si suben penalizarán el crédito y, como consecuencia de ello, la inversión y el consumo, pero si se reducen es muy probable que presionen al alza sobre los precios y a la baja sobre el consumo.

Mientras tanto, la presión que no cesa es la que ejercen políticos y otros grupos de interés sobre los respectivos gobernadores de los bancos centrales. Ben Bernanke se encuentra enormemente presionado al otro lado del Atlántico para que la Reserva Federal se implique a fondo en la pelea contra la crisis, a pesar de los escépticos que consideran que la bajada de tipos no se va a traducir necesariamente en una recuperación del crédito, si al mismo tiempo no se resuelve otro problema de fondo, que es un problema de confianza. En cualquier caso, la medida puede ser impecable si, como se ha señalado al presentarla, se consigue mantener la inflación controlada durante los próximos meses.

En Europa, el primero en culpar directamente a Jean-Claude Trichet de la crisis financiera ha sido su propio presidente, Nicolas Sarkozy, que critica su pasividad ante el endurecimiento del crédito a las familias y que no haya sabido reaccionar para evitar los altibajos en los mercados de valores. Además, su Gobierno ha exigido abiertamente, y no ha sido el único, una política monetaria orientada hacia el impulso del crecimiento, en detrimento de la inflación, lo que obliga a valorar todavía más el rigor con el que el BCE ha defendido sus posiciones, sobre todo porque muchos no terminamos de convencernos de la oportunidad de unas medidas concebidas para animar a los consumidores a una nueva escalada de demanda de créditos y endeudamiento.

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