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ES curiosa la relación entre Álvaro Pombo y la televisión. En la de antes, su impronta resultaba demasiado gamberra incluso para el tipo de programas en los que se incluía su verbo, aquellas tertulias inmensas del 'Tal cual' presentado por Manuel Hidalgo. En la de ahora, sencillamente, no caben los genios como él.

La UIMP de Santander dedica un curso monográfico a analizar su obra. Juan Antonio González Iglesias reivindicó al Pombo poeta. Tras rogar que descorriesen las cortinas de la sala para ver el lienzo del Cantábrico, eligió un poema dedicado a profetizar la victoria de Barack Obama en mayo del año pasado, para demostrarlo. Y recordó su poética de lo cotidiano. Como cuando en la tertulia televisiva aludida, en un fin de año, elucubró sobre la singularidad de la navidad del gato. Arañando el espumillón del árbol. Luchando contras las bolas.

González Iglesias, como un servidor, defiende mucho más la verdad que la ficción. Y la poesía como zumo de verdad. También sostiene Juan Antonio una afirmación incontestable. El buen poema debe ser muy frío o muy caliente. Cuando es tibio, cuando es gris, es que es malo. El poema cuenta lo extraordinario. El poeta expresa lo que nada puede contar por él, y lo hace con las palabras que nadie puede emplear por él. El poema, en ese sentido, será indispensable, o no será.

No todos los versos contienen poesía, ni todos los que van de poetas lo son. Juan Antonio González Iglesias, uno de los mejores en activo, y por mucho tiempo, trató de convencernos de que la poesía de Alvaro Pombo tiene sabor a clásico. González Iglesias tampoco cabe en nuestra televisión de hoy en día. Pero esa es otra historia.

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