Largo y templado a la vez, el puente que enlazó el festivo de la Constitución con el de la Inmaculada trajo en su mochila un buen puñado de sensaciones mayormente positivas. Hoteles y comederos hasta la mismísima corcha, riadas de gente por el corazón de la ciudad, especialmente por ese trozo de tierra que es el secreto de tal poder de convocatoria, con el adobo de una bien nutrida agenda de espectáculos. Y dos puntos en especial que polarizaron el interés y la bulla. La Plaza de San Francisco con esas espectaculares luminarias que ejercen de reclamo para el revoloteo multitudinario a su alrededor y la Alameda. Desde los Hércules a Caracol, Chicuelo y Pastora, la antigua laguna cuenta con su pista de hielo y sus canesúes, léase tiovivos y esos puestos donde prima la calidad de unos excepcionales pasteles portugueses. A los anales, un puente extraordinario.
Comentar
0 Comentarios
Más comentarios