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Postelectoral

A la nevera le he confesado mi estupor por algunos de los diagnósticos que incluso se tornan en agoreros

Le he contado a la nevera mi análisis del 19-J. Es mi manera de devolverle sus regañinas feroces, modo pitido estridente, cuando considera que la visito abierta demasiado tiempo. Lo bueno de habitar sola es que a las peroratas no se te replica, aunque a cambio y gracias a las tecnologías interactivas -y su puñetera madre- a mí me abroncan el microondas, la rumba, el sistema de riego y hasta el aire acondicionado. Somos agradecidos usuarios de avances que en otros países son pura ciencia ficción -en algunos lugares saludan como al Sputnik una bomba de agua para un pozo- pero hay que reconocer que las alarmas ejercen una presión que, según el ánimo, contribuye a enervar y o hasta ponerse triste. No pongo a la televisión o a la radio como ejemplos porque la segunda es algo más que un aparato para mí y la primera en lugar de chillar se apaga inopinadamente cuando considera que la he visto demasiado. Es como volver a la infancia, pero en lugar de las entrañables broncas recibir pitidos que ni los de un árbitro con mal carácter y peores digestiones.

Y, sin embargo, qué reconfortante ese silencio atronador cuando una fecha como la del domingo pasado provoca tanta palabra, tanto análisis apresurado, tanta conversación. Me reconforta que a pesar de ese casi 40% que ha delegado su derecho a decidir unas elecciones nos hagan hablar tanto. La izquierda seguramente hubiera preferido menos enfados y más contenturas. La derecha vive su luna de miel gracias al buen talante del presidente electo. Hace bien, las olas se ven mejor desde arriba, luego ya gobernar requiere otros surfeos. Las tablas, amigos, se han puesto muy resbaladizas. Del dicho al hecho hay muchos decretos por hacer.

A la nevera le he confesado mi estupor por algunos de los diagnósticos que incluso se tornan en agoreros. Estamos en guerra, en Europa desoyen el protocolo de admisión saltándose la cola de los Balcanes para apoyar a la Ucrania invadida, cambian los criterios de gasto para afrontar qué hacer con las eléctricas y los precios del combustible, se plantean la intervención en los precios por la inflación que se asoma y el FMI, o sea la Madre de todos los Mercados, advierte a la misma EEUU del difícil camino que debe tomar para evitar la recesión. Pero aquí la culpa es del Gobierno español. Eso es autoestima patria y no la grandeur francesa, que mira que siempre fue imbatible. Si se adoptan medidas para paliar la escalada de precios (la sandía como patrón oro) es por la resaca de las elecciones andaluzas, dicen sin sonrojo. Se agradece que desde el centralismo opinador reparen en el Sur, pero (lo escribí aquí hace tiempo) ¿qué dirían unos y otros si las propuestas fueran anónimas? ¿La derecha española tiene soluciones que sus homólogos europeos ni huelen? Hasta mi nevera, a tenor de su silencio, me ha dado la razón. O me han cortado la luz.

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