LA Bolsa se desploma y se ciernen los más negros presagios -como se dice en las novelas malas- sobre la economía de ese extraño país que llamamos España, pero aquí todo sigue igual. Los políticos continúan enrocados en sus posturas -o más bien imposturas- y nada parece que vaya a cambiar. Y ahí siguen Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera: todos maniobran y todos fingen que hacen algo, aunque en el fondo todo les importa un pimiento porque saben que ahora mismo no hay ninguna posibilidad de un Gobierno, sea el que sea, si ellos siguen manteniendo las mismas posturas (o más bien imposturas). Y si hay que gastarse 200 millones de dinero público en unas elecciones que lo van a dejar todo igual, o mucho peor, ellos se lo gastarán tan panchos, y luego tratarán de echarle la culpa al otro y dirán que lo único que les preocupa es la economía y la unidad de España, o la suerte de los pobres desahuciados que se han quedado en la calle, o la formación de un gobierno de progreso que arregle los problemas de este país, o la imprescindible regeneración democrática. ¿Pues saben qué? ¡Y una porra!, como decía mi abuela. A los líderes de los partidos sólo les interesan sus cábalas electorales y su ego gigantesco y sus postureos vergonzosos. Sólo eso y nada más.

Lo malo de esto es que está provocando un gran enfado y un gran desánimo entre unos ciudadanos que ya andaban muy enfadados y muy desanimados desde hace tiempo. Y cada vez se oyen más voces que dicen que se van a abstener en las próximas elecciones, por hartazgo del postureo y de las posturas inamovibles de todos. Comprendo esta decisión, y yo mismo estaría encantado de dejar de votar, pero el abstencionismo sólo favorece a las posturas más radicalizadas -a derecha y a izquierda-, es decir, a los más brutos y a los más destemplados que ahora mismo están haciendo todo lo posible por evitar cualquier clase de acuerdo, es decir, Mariano Rajoy y Pablo Iglesias. Hoy por hoy, el gobierno de uno o de otro sería una catástrofe para ese extraño país que llamamos España. Uno no tiene ideas ni capacidad de liderazgo, y encima anda enredado en un sinfín de casos escandalosos de corrupción. Y el otro defiende un modelo de Estado que es incompatible con cualquier rigor administrativo o con el menor crecimiento económico. Pero hacia esa catástrofe nos encaminamos todos. Bienvenidos a la Gran Decepción.

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