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En tránsito

Eduardo Jordá

Potencial compuesto

LA sutileza de la mente humana fue capaz de inventar, no sabemos cuándo, el tiempo verbal que indica un suceso que no ha sucedido aún pero que de alguna forma damos por supuesto. O dicho de otro modo: el pasado que sólo puede ocurrir en el futuro. O matizando un poco más, el pasado que sólo existe en la medida en que tenemos previsto que ocurra. Ese tiempo es el potencial compuesto. Cuando uno dice "Yo habría sido feliz en esa casa", da por descontado que ha sido feliz, aunque esa felicidad no haya llegado aún ni sepamos si llegará algún día.

Y es que la mente humana fue capaz de concebir esa sutil fractura en el curso del tiempo que designa algo que todavía no es real, pero que de algún modo lo será, siempre que se den determinadas circunstancias o siempre que nosotros deseemos que ese hecho se produzca. Como es natural, ese tiempo verbal es el que uno imagina como el más adecuado para el amor o la felicidad, porque esas emociones sólo pueden alcanzar su culminación humana en el terreno conjetural del potencial compuesto. "¡Cómo habría amado a esa mujer!", puede gritar alguien en la barra de un bar, y no sabemos si es un enamorado que lamenta la pérdida de su amada, o un impostor que finge un dolor que en realidad no siente. Si usamos ese tiempo verbal, nadie sabrá lo que nos pasa. Todo queda flotando en el aire.

Estos días he estado releyendo el relato El nadador, de John Cheever, y me he dado cuenta de que la clave del relato es que su protagonista vive en ese tiempo verbal del potencial compuesto: en esa grieta temporal en la que se borran pasado y futuro porque el pasado ya ha sucedido pero todavía no ha llegado (en la mente de quien vive el suceso, claro está). En el relato se cuenta la historia de un hombre, Ned Merrill, que está en la piscina de unos amigos y de pronto se acuerda de su casa, "donde sus cuatro hermosas hijas habrían almorzado y quizá estarían jugando al tenis". Y el relato -del que no contaré el final- cuenta lo que ocurre cuando alguien vive instalado en el potencial compuesto, ese tiempo verbal ("habrían almorzado") que borra las fronteras entre lo real y lo irreal.

La buena ficción explica los mecanismos de la vida de cada uno de nosotros. Y desde hace dos años, la clase política española -gobierno y oposición- se ha instalado en el potencial compuesto, igual que el nadador de John Cheever. Y por la misma razón que Ned Merrill cree que puede volver a su casa, nuestra clase política cree que puede postergar las decisiones impopulares que van a implicar protestas y huelgas y una gran oleada de descontento. Todo eso da igual. Para nuestros políticos no hay por qué preocuparse. Y así vamos, como el nadador de John Cheever, nadando de piscina en piscina hacia la gran sorpresa final.

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