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PILLADO entre dos fuegos, el Gobierno ha elaborado unos presupuestos que no son ni chicha ni limoná. Consagran el ajuste duro impuesto por el Directorio europeo en primavera, pero no sirven para la ansiada recuperación económica. Parecen los presupuestos de la resignación: debemos conformarnos con sanear la casa para tenerla en buenas condiciones cuando cambie la coyuntura.

No hay margen de maniobra. El 40% de los ingresos netos del Estado han de destinarse a pagar la deuda externa y a asegurar la supervivencia de los parados. Las mayores partidas son, pues, rehenes de dos necesidades ineludibles. Por un lado, hacer frente al espectacular endeudamiento de los años de vacas gordas para mantener la credibilidad financiera de España -dejarían de prestarnos el dinero que seguimos precisando para que la economía funcione si no devolvemos el que ya nos prestaron- y evitar la ruina nacional. Por otro, sostener la mínima cohesión interna que impida el estallido social (el seguro de desempleo y, aunque recortadas, las pensiones).

No es mucho lo que queda. Y si se descuenta el coste de funcionamiento de unas administraciones públicas bulímicas, infladas y duplicadas o triplicadas, todavía queda menos para invertir. Hasta un 38% se reducen las inversiones de un año para otro, y de manera especial las destinadas a obras de infraestructuras, precisamente las que generan empleo a corto plazo y riqueza más adelante. La idea de que no se recortan, sino que se "reprograman" no deja de ser un eufemismo. Con lo cual volvemos al principio: la reactivación deberá esperar.

Sólo desde la multirreincidencia en el optimismo se puede proclamar, como hizo la vicepresidenta Salgado, que estos presupuestos impulsan la actividad económica. Sin inversiones públicas, con tantos parados, funcionarios congelados y pensiones encogidas, ¿de dónde saldrá la demanda de bienes y servicios que nos lleve a un ciclo expansivo? La previsión de crecimiento del PIB que ha hecho el Gobierno (1,6%) es un brindis al sol. Dieciséis servicios de estudios de otras tantas entidades lo cifran, como media, en menos de la mitad (0,6%). Claro que los expertos pueden, todos, equivocarse, pero la experiencia revela que el que se ha equivocado siempre, desde el principio de la crisis, ha sido el Ejecutivo.

No son unos presupuestos para combatir la crisis, sino para ir tirando hasta que se produzca el milagro. Ya no se habla de brotes verdes y nadie se atreve a pronosticar, como tantas veces, que en tal o cual trimestre de tal o cual año se empezará a crear empleo. Si el propio Gobierno prevé un paro próximo al 20% es que el tiempo de la esperanza no se vislumbra por ningún lado.

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