ESPERANZA Aguirre cree que ya ha tensado la cuerda lo suficiente, ha concluido que no llegó aún su momento para asaltar el poder en el PP y ha aceptado que Mariano Rajoy sea reelegido como presidente del partido en el congreso de junio. Fin provisional de las escaramuzas que han tensado al primer partido de la oposición como en sus peores días.

Pero su ambición ha quedado únicamente aparcada, a la espera de acontecimientos: las elecciones vascas, gallegas y europeas -y eventualmente, las catalanas adelantadas- servirán de banco de pruebas para la solidez de Rajoy. Si todo va mal, la idea de que su adversario es decididamente un político perdedor se abriría camino en Aguirre de modo inexorable. Es lo que ella aguarda.

Todavía tendría que celebrarse otro congreso nacional de los populares antes de las elecciones generales de 2012 y un Rajoy sucesivamente derrotado no va a poder entonces suspenderlo para después de los comicios, como hizo con el que ahora se prepara. Por si acaso, Esperanza ha puesto en marcha una estrategia que le da ventaja en la pelea por el control: desvincular la presidencia del partido de la candidatura a la Moncloa en 2012 y exigir que esta última sea designada por los militantes a través de unas primarias.

No lo ha hecho directamente. Dice que se ha enterado por los medios informativos (je, je, je) de la enmienda a los estatutos que ha presentado el presidente del PP en el distrito de Salamanca, de Madrid -debe ser la representación más genuinamente megapija del Partido Popular en toda España-, y se ha sumado a ella con entusiasmo, claro. Hay que reconocer que como banderín de enganche la democratización del partido funciona mucho mejor que la gaseosa batalla por las ideas en la que la presidenta de la Comunidad de Madrid había envuelto hasta ahora su amagada candidatura.

Las elecciones primarias son, en principio, un mecanismo atractivo: contentan a una militancia a la que nunca se le pide opinión, sirven de catarsis a los partidos en crisis y hacen que éstos se atengan de veras al mandato constitucional de actuar con democracia interna. Apuesto por ellas en todos los partidos. Adviértase, no obstante, que las primarias dan buen resultado cuando el líder elegido por las bases como candidato es también elegido como máximo dirigente orgánico (presidente o secretario general, según los casos), pero provocan un desastre cuando no coinciden los dos cargos en la misma persona, es decir, cuando hay bicefalia. Echemos la vista atrás: José Borrell y Joaquín Almunia fueron incapaces de convivir en la situación descrita, mientras que Zapatero, acaparando los dos puestos, condujo al PSOE hacia el éxito. El PP debe tenerlo en cuenta.

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