POR debajo de las indecorosas peleas para luchar por los puestos de poder, si vemos las resoluciones aprobadas en el Congreso del PSOE en Sevilla, sale reforzada una de las pocas tendencias de democratización que se van abriendo paso en la partitocracia. Los socialistas se comprometen a convocar unas primarias para que sus militantes y simpatizantes elijan a su candidato a presidente del Gobierno en las elecciones generales. Y, además, en los municipios de más de 20.000 habitantes, por el mismo sistema, se seleccione al candidato a la Alcaldía en las municipales. En el territorio sevillano, abarca a la capital y a Dos Hermanas, Alcalá de Guadaíra, Mairena del Aljarafe, Utrera, Los Palacios, Écija, La Rinconada, Lebrija, Carmona, Coria, Camas, Mairena del Alcor, Morón, Tomares y San Juan de Aznalfarache. Que no es poco.

Si cumplen esta promesa, esos candidatos tendrán más legitimidad de origen para pedir el voto. La que le falta a Griñán por partida doble, dado que es presidente del Gobierno autonómico porque Zapatero, sin preguntarle a los andaluces, quitó de la circulación a Chaves. Y Griñán opta a la continuidad en San Telmo sin haber ofrecido a la militancia la posibilidad de unas primarias donde otros compañeros de partido se atrevieran a postularse y pulsar la verdadera opinión de las bases.

En Sevilla capital, Juan Espadas tendrá que reinventarse (y acertar mucho más) para que le quieran en los barrios, en competencia con otros compañeros que se las saben todas en el manual del clientelismo.

Las primarias han de ser una espita para el objetivo mayor: reforma de la Ley Electoral con el fin de que las listas de todos los partidos sean abiertas y el votante sólo señale a quien proceda. Eso no es de izquierdas ni de derechas. Como no lo son caucus en Estados Unidos. Mientras el PP, que ahora es el partido hegemónico, no asuma esos valores y siga blindado en el método del dedazo, la participación ciudadana seguirá chocando contra un muro.