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La tribuna

Gonzalo Guijarro Puebla / Portavoz De La Asociación De Profesores

Pruebas de Diagnóstico

EN los centros de secundaria acaban de realizarse, por cuarto año consecutivo, las Pruebas de Diagnóstico. En las reuniones organizativas previas, celebradas en los centros, la principal, y bastante patética, preocupación mostrada por las directivas estribaba en cómo evitar que los alumnos las dejaran en blanco. Y es que eso precisamente es lo que viene sucediendo cada vez con más alarmante frecuencia: muchos alumnos, sabedores de que los resultados de las citadas pruebas carecen de cualquier consecuencia para ellos y acostumbrados a campar por sus respetos en las aulas, pasan de todo y las dejan en blanco.

He de confesar que entiendo a esos alumnos; yo mismo, en su situación, no me comportaría de otra manera. Sobre todo teniendo en cuenta la infinita ñoñería de las preguntas, que parecen diseñadas con el único fin de averiguar hasta qué punto el cerebro del chaval ha sido colonizado por eso que llaman corrección política, y que a mí me parece un lenguaje vacío. Porque preguntar a un adolescente de catorce años en la prueba de Ciencias si es mejor ir al trabajo en coche o en bicicleta no es evaluar sus competencias, sino considerarlo un débil mental a adoctrinar.

No, no es de extrañar que muchos alumnos se tomen a chacota las dichosas pruebas. Los adolescentes han sido siempre tan haraganes como se les ha permitido ser, pero de tontos no suelen tener un pelo. Se dan perfecta cuenta de si lo que se les plantea es serio o no, y actúan en consecuencia. Y las pruebas de diagnóstico son cualquier cosa menos serias. En ellas no se apela ni al raciocinio, ni a la imaginación ni a la memoria, se apela al compadreo de la corrección política. Están diseñadas para que hasta el más incapaz o vago las supere.

Entre las dieciocho preguntas de que consta la prueba de Lengua, tan sólo en tres se pide al alumno que escriba diez líneas, en las demás basta con que responda con palabras sueltas o marcando cruces. Y aunque no llegue a escribir las diez líneas, se le otorgan puntos. ¡Eso es fomentar la lectura y la capacidad expresiva! Cualquier analfabeto funcional puede dar el pego.

Desde la primera edición de las pruebas, muchos profesores venimos denunciando su escandalosamente bajo nivel, no acorde con los programas oficiales. También el opaco "tratamiento informático" a que se someten después los resultados, así como el hecho de que no se sepa mediante qué oposición o méritos han llegado a ocupar sus cargos los integrantes de la Agencia de Evaluación Andaluza, diseñadora de las pruebas. La respuesta ha sido un vergonzante silencio.

Al mismo tiempo, diversos informes nacionales e internacionales -absolutamente transparentes y fiables- vienen situando a la enseñanza andaluza en niveles vergonzosos, e incluso los resultados oficiales de las pruebas de diagnóstico anteriores dejan bastante que desear, pese a los desesperados esfuerzos de sus diseñadores por quitarles contenido y a la manga ancha de sus criterios de corrección.

Y ahora resulta que lo que preocupa y asombra a los sesudos creadores de las pruebas es que los alumnos pasen de ellas y las dejen en blanco. ¡Pero si eso es la más previsible consecuencia de la pseudopedagogía que defienden! Tantos años de impedir por todos los medios imaginables que los profesores podamos realizar nuestro trabajo tenían que conducir forzosamente a eso, al pasotismo de los alumnos. A que, visto que nada se les exige, nada hagan, aparte de intentar satisfacer sus pulsiones primarias.

La enseñanza de conocimientos potencialmente útiles ha sido sustituida por el adoctrinamiento ideológico, de ahí el interés por averiguar la corrección política del alumno en las pruebas y no otra cosa. La devastación intelectual y moral que eso conlleva a la vista está: los chavales pasan de todo, hasta de demostrar su corrección política, que es para lo que se ha montado el tinglado. Un tinglado que, no lo olvidemos, nos cuesta una pasta a los contribuyentes.

Un sistema de enseñanza en un estado de derecho ha de ser ideológicamente neutral. Tan neutral como sea posible. Ha de dotar a los futuros ciudadanos de pleno derecho de autonomía y de la capacidad de defenderse de los abusos de sus conciudadanos o de la Administración. Y eso sólo se consigue transmitiendo conocimientos, no una determinada ideología. Y lo que hemos dado en llamar "corrección política" no es más que eso: ideología. Casualmente, la del partido en el poder.

Hace ya demasiados años que, bajo el disfraz de la pedagogía, el poder político viene intentando secuestrar el sistema de enseñanza público. Muchos alumnos de segundo de secundaria, criaturitas, responden con lo único que han aprendido: con una espontánea huelga de neuronas y bolis caídos en las pruebas de diagnóstico.

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