PARA qué sirve aún una televisión pública nacional? Para producir series de calidad, aunque la produzcan otros, como Isabel o Cuéntame o programas como los patrocinados Comando actualidad o El alma de las empresas. Para La noche en 24 Horas y los Telediarios aunque se olviden mencionar a Arias Cañete si mete la pata. Para crear espacios sobre medio ambiente, agricultura, cultura, naturaleza o retransmitir óperas: temáticas sobre las que nunca pondrá su dinero una cadena privada. Y está claro que una televisión pública no puede permitirse un programa como El pueblo más divertido de España. A los programadores de TVE no les salió ni la coartada de atraer a complacientes andaluces, porque este lunes fue nuestra sexta opción del mando, que ya es penoso para La 1, que vive su peor momento.

Millán desde el primer segundo salió al ruedo como Martes y Trece, travestido como Mariló Montero y remedando algunos momentos de sus grandes nocheviejas, pero ni por esas. Para viejo, este Gran Prix sin vaquilla; este Me resbala sin rampas, que acogió en su debut a una estomagante selección de graciosos y graciosetes, de Pablo Carbonell a Manolito Royo, para ir presentando a los pueblos participantes (tenemos hasta concejales de Cultura que imitan a Raphael) y convertir la noche en un salmorejo agrio. La Marca España se resintió como nunca entre Mariló y Mariloro (Millán), aunque la presentadora navarra no es la principal causante de este desastre rural escenificado. Millán parece un marciano de los años 90 y Mario Vaquerizo, tan ubicuo, no puede funcionar siempre que le den cuerda.

Los cómicos, que se relevaban en los asaltos hacia la indefensa audiencia como soldados de trincheras, largaron todo lo que pudieron, avivando tópicos, rechinando y rescatando chistes de la alcancía, entre el jaleo de los forofos y las pancartas del mareante plató. Una mala verbena que genera nuevos argumentos en contra de la actual dirección de RTVE. Esto, la verdad, no tiene nombre.