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Tribuna Económica

Rogelio / velasco

Puente sobre la bahía

LAS infraestructuras juegan un doble papel en la economía. De una lado, la generación directa de actividad en el corto plazo, junto a sus efectos multiplicadores, impulsan el crecimiento y la generación de empleo. Y de otra, permite reducir los cuellos de botella que se presentan para la actividad de las empresas, facilitando el acceso a los mercados, reduciendo los costes de producción, permitiendo la implantación de sistemas de producción just in time, generando, a largo plazo, mayor crecimiento con carácter permanente.

En conjunto, el segundo de los efectos es más potente, al perdurar durante un plazo muy largo de tiempo. Sin embargo, para que estos efectos se generen, es necesario seleccionar los proyectos de manera adecuada, de forma que no haya dudas sobre su impacto positivo sobre la actividad. Un amplio número de empresas que tienen limitada su capacidad actual de expansión deben beneficiarse para que se hagan realidad.

Esto provoca que los efectos a largo plazo de las infraestructuras, varíen ampliamente entre los distintos países y regiones. El efecto es muy elevado cuando la red y el estado de las infraestructuras son de mala calidad. Los efectos son muy elevados en los países emergentes, dada la pobreza de la red. También, sorprendentemente, en algunos países ricos. En EEUU, en particular, el estado de la red de autopistas, electricidad, y otras, es de muy baja calidad, de manera que la inversión para mejorar y ampliar dicha red, genera efectos positivos a largo plazo sobre el crecimiento.

No ocurre tanto en la UE, en donde históricamente las políticas más activas de los gobiernos han ido ampliando y mejorando las redes, de manera que puede afirmarse que, en general, el estado y extensión de las infraestructuras no representan una limitación para la actividad económica.

Además, los bajísimos tipos de interés de mercado hacen hoy mucho más fácil la financiación. Proyectos con garantías de los gobiernos o del Banco Europeo de Inversiones, pueden financiarse hoy con tipos próximos al 2%. Si lo comparamos, de manera muy conservadora, con el 6% que se obtiene de rentabilidad en las inversiones en infraestructuras, la lógica económica es aplastante.

En España, después de hacer desaparecer los principales cuellos de botella para la actividad económica, es altamente probable que los nuevos proyectos tengan casi todos unas rentabilidades negativas y no contribuyan en absoluto a un mayor crecimiento a largo plazo. Esto aplica tanto a los nuevos AVE, como a autovías, puertos o puentes.

Dejando a un lado algunos disparates como aeropuertos cerrados, parques acuáticos sin terminar en Jaén o tranvías en San Fernando o Vélez que jamás van a funcionar, otras como el nuevo puente sobre la Bahía de Cádiz, tampoco pasarían un mínimo test económico de rentabilidad. Como el influyente semanario alemán Der Spìegel señalaba escandalizado la semana pasada, invertir 500 millones de euros en un puente para una ciudad de 120.000 habitantes es un claro derroche de recursos.

España y Andalucía todavía necesitan ampliar algunas infraestructuras para mejorar la productividad de los factores productivos a largo plazo, pero el tiempo de los cuellos de botella generalizados por nuestra geografía, ya ha pasado.

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