Fragmentos

Juan Ruesga / Navarro

Puertas abiertas

LA Sevilla de mediados del siglo XIX se embelleció plantando acacias en sus plazas como la de Duque, la del Triunfo y abriendo otras nuevas como la Plaza Nueva. Resultado del pulso de poder entre el Duque de Montpensier y la Reina Isabel II, tuvimos un gran teatro como era el San Fernando y un bello puente desde Triana a Sevilla. Se refundó estéticamente la Semana Santa y se inventó la Feria de Abril. Pero, quizás, una de las aportaciones más trascendentes de esa época romántica a la Sevilla real e imaginaria fue la decisión de cambiar las antiguas puertas de madera de dentro de los zaguanes por las transparentes cancelas, primero de forja y luego de fundición, que abrieron los patios a la calle y a la mirada de los paseantes.

El caserío sevillano era heredero de la ciudad hispanomusulmana, con casas anónimas a la calle, con el zaguán con dos puertas de madera, la primera a la calle, y la segunda al interior, tal como podemos ver aún en algunos pueblos de nuestra provincia o en los compases conventuales. Tras la segunda puerta se abría el patio, corazón de la casa. Es esa segunda puerta la que se sustituye por la cancela, dejando entrever desde la calle los arcos, columnas, galerías y plantas del patio y creando múltiples transparencias, como las veladuras de luz de la vela que cubría el patio y la puerta de cristales de colores, de claras reminiscencias coloniales, que permitía adivinar un patinillo al fondo.

Esas puertas abiertas a las miradas que suponen las cancelas permitió el conocimiento de nuestra arquitectura doméstica y que vecinos y forasteros convirtieran el patio de la casa sevillana en el mejor símbolo de nuestra cultura urbana. Abrir las puertas y dejar ver el interior y disfrutar de él es el mejor modo de que nuestros edificios más nobles sean apreciados y defendidos por todos. Así ha pasado con las Atarazanas, en que la serie de actividades desarrolladas estos años pasados, han permitido el pasear por su interior a propios y extraños y hacer que sean de conocimiento general la magnificencia de sus arcos y naves.

Ahora tenemos en Sevilla un edificio cerrado y vacío, que está pidiendo a voces que se abran sus puertas y se muestre a todos los sevillanos y nuestros visitantes: la antigua Fábrica de Artillería de San Bernardo. Abrir sus puertas, la de la calle Eduardo Dato y la que da a la Iglesia de San Bernardo, para comprobar que su patio interior, arbolado de naranjos a ambos lados, no es más que la prolongación natural de la calle Almonacid. Poder recorrerlo asomándonos a las magníficas naves que se abren a ambos lados de la calle interior es una experiencia única. Naves con cubiertas de madera, auténticos artesonados. Otras más parecidas a basílicas de tres naves. En fin, un conjunto arquitectónico de primer orden. Una gran oportunidad que se nos presenta en los próximos meses es hacer una jornada de puertas abiertas el miércoles santo, a la hora de la salida de la hermandad San Bernardo, y mostrar a todos los sevillanos el tesoro arquitectónico que albergan los muros de la Fábrica de Artillería.

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