como en botica

josé / rodríguez De La Borbolla

Pujol, "le petit roi de l'Espagne"

HE tenido la suerte de estar presente en muchos sitios -"yo estaba allí", que decía Walter Wetter, el buen agente de la Stasi creado por Jorge Semprún-, y voy pensando que se pueden contar algunas cosas, por si sirven. Empiezo.

En los años ochenta del pasado siglo, se produjo un movimiento tendente a conseguir una mayor interlocución institucional para las regiones en el concierto europeo. Ese movimiento, pretendidamente "descentralizador" de Europa, estaba liderado por un viejo y sabio jacobino francés, Edgar Faure. Presidente, entonces, de la región del Franco Condado, con setenta y tantos años ya, el "viejo zorro" no se conformaba con su papel secundario. Apoyado por un sabio funcionario de tintes europeístas, Georges Pierret, convocó la Asamblea de Regiones de Europa. De esa Asamblea surgió el Consejo de Regiones de Europa. Edgar Faure fue su primer presidente y yo fui vicepresidente, a pesar de Jordi Pujol, que se quedó de vocal. Aprendí mucho de Edgar Faure y de la política "institucional" europea.

Los del Consejo de Regiones nos reuníamos de vez en cuando, en Estrasburgo, en Bruselas, en Lille, en Cardiff, en Madrid, en Madeira o en Venecia. Todos los presidentes llegábamos en vuelo normal, cogíamos un taxi normal, nos alojábamos en el mismo hotel normal y nos montábamos, a pelo, en el mismo autobús normal, para ir al Palacio de Congresos correspondiente, acompañados, a lo sumo, por uno o dos asistentes normales. Todos -alemanes, belgas, británicos, italianos, etcétera-, modestamente, normalmente, sencillamente, juntos y revueltos. Todos, menos Pujol. Pujol se hospedaba en hotel aparte; llegaba al punto de partida de nuestro autobús, aparte, con tres coches -uno, la escolta; otro, la prensa; y otro -¡con banderín al viento!- para él y el consejero o consejeros "de jornada"-; se quedaba allí, detrás del autobús, aparte, hasta que dicho vehículo salía para el lugar del encuentro; y seguía al autobús -entonces no existían todavía los GPS, para no perderse en una ciudad extraña- que lo guiaba, aparte, hasta nuestro destino común. Un número…

Todos los europeos lo tomaban a cachondeo, aunque él, cuando hablaba con ellos en los pasillos -en alemán, inglés o francés, eso sí- torcía la cabeza hacia un lado, miraba hacia el suelo o hacia el infinito, raramente a los ojos del interlocutor, y gesticulaba importantemente con una mano, mientras mantenía la otra en el bolsillo de la chaqueta. Teatro, puro teatro: lo que quería era aparentar grandeza y majestad. Pujol, "la grandeur de la Catalogne".

Fue en Lille, en 1987. Allí, primero, nos recibió a todos Pierre Mauroy, más de veinte años alcalde socialista, que nos dedicó un ratito, también aparte, a José Antonio Gómez Marín y a mí. Ya en el autobús, un socialista francés, de la región Nord-Pas de Calais, me dijo, medio en serio, medio en broma: "Ce Pujol, qu'est ce qu'il croit qu'il est? Le petit roi de l'Espagne?". "Puede ser", dije entonces. Pero existe una diferencia, pienso ahora: a los reyes, en los estados modernos y si son rectos y respetuosos, les queda, como objetivo fundamental, dejarle a los hijos la herencia pública recibida. Pujol, sin embargo y según parece, ha tenido como objetivo básico dejarle a sus hijos una herencia privada mayor de la recibida, sin rectitud ni respeto para sí mismo ni para los demás. ¿Quién se creerá que es?

Este Pujol… Quelle merde!

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