Cojo el hilo dejado ayer por el compañero José Joaquín León sobre la propuesta, estúpida hasta lo grosero, de quitarle su calle a Romero Murube por haber sido franquista (¡él, que ocultó a Hernández, defendió a Lorca y tanto batalló contra los alcaldes franquistas durante la destrucción de Sevilla!). Como si la calle la tuviera por sus comprensibles y conflictivas relaciones con el Régimen y no por ser el autor de Sevilla en los labios, Los cielos que perdimos o Pueblo lejano. Quién le iba a decir a Joaquín que iba a compartir el destino de Bulgakov, Mandelshtam, Grossman, Pasternak, Solzhenitsin y tantos otros escritores purgados por los comunistas.
Cuando quienes hoy tienen calles dedicadas a su memoria militaban en el PCE de su adorado Stalin -Pasionaria, Carrillo o Alberti- tuvo lugar la Gran Purga de 1936-1938, un millón de ejecutados y dos millones de muertos entre los cinco millones de deportados- a la que siguieron otras menores hasta la de los médicos judíos que Stalin ordenó meses antes de morir en 1953. Los escritores no se libraron. Y esto no se limitó a los años 30. En 1952 Vasili Grossman publicó con éxito Por una causa justa… Hasta que por orden de Stalin Pravda arremetió contra la obra. Cuando en 1962 -gobernando Kruschev- quiso publicar Vida y destino, uno de los monumentos de la literatura del siglo XX, el KGB requisó las copias mecanografiadas y las destruyó. Murió amargado, creyendo perdida "la obra a la que he dedicado toda mi vida". Afortunadamente una red liderada por Sajárov logró microfilmar una copia y pasarla a Occidente, donde se publicó en 1980. En Rusia no se autorizó hasta 1988. Es la misma historia de Doctor Zhivago, que Pasternak logró filtrar a Occidente a través de comunistas italianos para que Feltrinelli la publicara en 1956, lo que valió ser obligado a rechazar el Nobel en 1958. Lo mismo se repitió con el deportado Solzhenitsin y Archipiélago Gulag: la aventura del manuscrito incluyó torturas y suicidios hasta que fue publicada en París en 1973.
No pongan sus manos purgativas sobre Joaquín Romero Murube. Ningún escritor lo merece, ni tan siquiera el estalinista Gorki o el nazi Céline. Y mucho menos Romero Murube, un espíritu libre que -repito- ocultó a Hernández, reivindicó a Lorca, defendió a Sevilla cuando todos callaban y, sobre todo, es uno de los más grandes escritores sevillanos del siglo XX.
Comentar
0 Comentarios
Más comentarios