Quemarnos

Aunque hoy sea Andalucía el motivo de todos los análisis, la democracia padece ruidos internos en toda Europa

De toda la vida estar quemado era rebasar los límites del hartazgo, estar hasta aquí (gestual), que no cupiera en la paciencia el pelo de una gamba. Hay expresiones populares tan plásticas que Duchamp habría tirado la toalla y así inaugurar su última performance estática o escultura o aquello. Ahora dicen burned para escándalo de Lola Pons -que sin hacerle ascos a palabras nuevas que nos llegan del inglés no entiende por qué traducir lo que en nuestra lengua ya se explica- y le añaden la palabra síndrome para darle mayor enjundia. Que la tiene y no es poca. ¿Están quemados los que ayer no fueron a votar? ¿Están quemados los que lo hicieron desde las tripas furiosas con la sola intención de dar "donde más les duela"? ¿Chamuscados a los que les huele precisamente a chamusquina todo lo que venga de la política? ¿Es por esa combustión inflamada por lo que también han dejado de creer en la prensa, en los medios? Cuando desde hace años, concretamente la crisis de 2008, se nos advertía de la desafección como una amenaza real seguramente se nos estaba señalando que andábamos jugando con un fuego que podía convertir a las democracias en cenizas. Porque, aunque hoy sea Andalucía el motivo de todos los análisis, (sabemos que el único diagnostico infalible es una autopsia) la democracia padece ruidos internos en toda Europa. Pasa hasta en la serie Borgen, el paraíso ficcional que nos llegó de Dinamarca y que nos hizo envidiar a los daneses y su manera tan civilizada de entender el gobierno y la oposición. En la última temporada que ya emite una plataforma en España la brillante Birgitte Nyborg aparece maltrecha, por dentro y por fuera, quebrada ya esa seguridad en sí misma y en sus principios. El poder como la carcoma se ha colado en su mesa y en su ánimo. Teoría y praxis. Estar para decidir y a veces solo decidir estar. El Precio.

El viernes Luis García Montero, ese poeta-conciencia, vino a presentar Prometeo, su último libro, el libreto que escribió por encargo del director teatral José Carlos Plaza y que se estrenó en el festival de Mérida. A la obra le ha arrimado el autor tres piezas: un poema a Mary Shelley, una reflexión sobre el tiempo y el secreto de Prometeo y un Manual de instrucciones para seguir viviendo. Si la recreación de uno de los mitos imprescindibles de nuestra cultura merece la pena, ambos textos, los del inicio y el final, son un aldabonazo pleno de inteligencia, de dolorida lucidez y, sin embargo, de esperanza. Una esperanza que llama a la resistencia frente a la desesperación y que intenta responder a la eterna pregunta: ¿mereció la pena robarle elfuego a los dioses? ¿Merece la pena quemarse? Siempre, nos dice el poeta, porque lo contrario es renunciar a la misma esencia de los humanos, a la capacidad de decidir y ocupar el espacio que otros (se llamen Zeus o camuflen su nombre) le han robado.

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