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Los Quijotes

LA mención que hizo Pablo Iglesias a Don Quijote en el aquelarre madrileño del sábado no fue anecdótica ni baladí. El líder de Podemos sabe que el vínculo de cierto carácter español con la prefiguración del hidalgo cervantino que advirtió Unamuno mantiene todavía sus alcances, más aún cuando el destino del país sigue atado, indisolublemente, a la especulación financiera de los poderes fácticos. Semejante invocación ganó mi simpatía, aunque sea sólo por una puñetera concesión a la nostalgia: mucha gente ha vuelto a creer en la política como instrumento de cambio y (re)construcción, y si la estrategia del resto de partidos va a seguir consistiendo en etiquetar a toda esta gente como de extrema izquierda, pues ya está el puchero en el plato. Eso sí, habría que hacer dos apuntes: Don Quijote actuaba solo y el resto del mundo le tomaba por loco; habría que ver qué hubiese decidido el caballero de haberse visto en un fregao con otros 300.000 (pongamos) como él en la Puerta del Sol; probablemente, entregar las armas y retirarse a alguna orden monástica. Y el segundo: si Don Quijote encarnaba el furor platónico, su inseparable Sancho Panza procuraba para su señor el equilibrio necesario a base de pragmatismo aristotélico. Sin este complemento, Rocinante no habría cabalgado mucho más allá de la primera venta.

Resulta significativo el modo en que la masa ha recobrado su valor político: la movilización que antaño procurara la marginación social de ETA sirve ahora como argumento legitimador del proceso soberanista en Cataluña y de la patada en el culo a la casta. Los convocantes pregonan en ambos casos intenciones puramente democráticas, pero, dado que también en ambos se trata de sacar un provecho particular, o en todo caso opuesto a otras posibilidades, el fin de la concurrencia de las masas no dista mucho del que promovieron los totalitarismos del siglo XX. Se trata, al cabo, de la conquista del poder político, no tanto de una exigencia ética; y ya explicó Elias Canetti que la masa es el medio más directo para obtener el poder, porque la masa atiende a lemas, no a razones. Siempre es más difícil convencer a un individuo armado de voluntad.

Por otra parte, será el mismo ejercicio del poder el que confiera a Podemos la oportunidad de materializar su utopía en decisiones concretas, de ésas que afectan a la vida de la gente. Dado que resultan improbables tanto una mayoría absoluta del PSOE como los pactos potenciales con el PP e IU, podría ser Andalucía el campo de prueba en el que cotejar cómo se las gasta Sancho con este Quijote. Gigantes, los hay de sobra.

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