Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Quítate tú, que me pongo yo

Los ciudadanos, que no saben cuándo votarán, han sido los convidados de piedra de toda esta sarta de disparates

Ha sido la sentencia del caso Gürtel -que no es poca cosa, por cierto-, pero podría haber sido cualquier otra. Ni faltaron en el pasado ni faltarían en el futuro más próximo. No le den muchas vueltas: lo que ha pasado en esta semana de locos en la política española ha sido, lisa y llanamente, un quítate tú que me pongo yo. Con ese objetivo se presentó la moción de censura de prisa y corriendo, antes incluso de que la aprobara la Ejecutiva socialista, para bloquear una posible disolución del Parlamento decidida por Rajoy. Con ese objetivo, y con ningún otro, se han tejido las alianzas que han permitido a Pedro Sánchez ser presidente del Gobierno. Unas alianzas que ponen al nuevo jefe del Ejecutivo a merced de los que todavía intentan un golpe contra el Estado que él ha prometido defender y que hace, paradoja de las paradojas, que se vea obligado a gobernar, por imposición de sus mandantes del PNV, con el Presupuesto de sus enemigos de la derecha antisocial, que dirían el nuevo presidente y su socio Pablo Iglesias.

Pero también a ese quítate tú que me pongo yo corresponde la decisión de Mariano Rajoy de no dimitir, lo que hubiera cambiado sustancialmente la cosas. Con toda probabilidad íbamos a elecciones, que es lo que hacía falta. Pero Rajoy hubiera quedado invalidado para volverlo a intentar. Con lo que ha pasado se guarda la carta, improbable hoy pero vaya usted a saber cómo se pueden mover las cosas en el Partido Popular, para volver si la situación se le vuelve propicia. No anda el PP sobrado de banquillo, precisamente.

Lo cierto es que por unos y por otros las cosas están como están. Por tiempo indefinido vamos a tener en la Presidencia del Gobierno al candidato que logró hundir los resultados electorales del Partido Socialista hasta donde no lo había logrado ninguno de sus antecesores. Coaligado con los enemigos del Estado y con una fuerza propia de 85 escaños en un Parlamento de 350 miembros. Sin que se vea con claridad en el horizonte cuándo van a ser las elecciones que den voz a los ciudadanos. Porque ahora, y eso es quizás lo más grave, los ciudadanos son los convidados de piedra a esta sarta de disparates.

Así la cosas, conviene no extrañarse del desapego creciente que la política provoca en la ciudadanía española, que la política sea vista como un problema en los sucesivos barómetros del CIS o que opciones como Podemos mantengan una fortaleza en las encuestas que sólo se explica porque recoja la frustración de muchos que ya no confían en el sistema. Por no hablar de lo que pueden pensar los dos millones de catalanes que han decidido que ya no son españoles y otros problemas colaterales. Y esto no ha hecho más que empezar.

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