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EL tiempo dirá si Mariano Rajoy ha firmado su sentencia de muerte política al unir su suerte a la del presidente valenciano, Francisco Camps, confirmándolo como líder del PP regional y candidato a la reelección. Con todo lo que ha llovido sobre Camps y con todo lo que seguramente lloverá en el futuro inmediato... Hay mucho defraudado con Rajoy.

Natural. Dice que Camps no le engañó en aquella tensa noche-mañana en la que se formalizó la caída en desgracia del secretario regional, Ricardo Costa, pero es un hecho inocultable que el comité ejecutivo valenciano no suspendió de sus funciones a Costa, como todos los periódicos y radios de España acreditaron. Tampoco es cierto que Ricardo Costa dimitiera voluntariamente. Se presentó al día siguiente dispuesto a seguir de portavoz parlamentario y fue entonces, y sólo entonces, cuando Camps lo destituyó.

El fondo de la cuestión es aún más negativo para Rajoy. Según contó a la prensa el presidente nacional del Partido Popular, a Costa lo apartaron porque un secretario general sufre un plus de exigencia y ejemplaridad en su conducta superior al de un militante cualquiera. Ahora bien, desde que existe el PP, y antes Alianza Popular, éste es un partido netamente presidencialista, en el que los secretarios generales son cargos subordinados a los presidentes respectivos, distinguidos auxiliares de los auténticos barones de la organización (¿alguien se imagina aquí abajo que Antonio Sanz se enfrente a Javier Arenas o tenga más deber de ejemplaridad y exigencia que éste?).

Todo aquello que se le puede achacar a Ricardo Costa en relación con el caso Correa se puede achacar con más motivo a su jefe, Francisco Camps. La amistad peligrosa con El Bigotes, los trajes regalados por la trama corrupta, la adjudicación de contratos por parte de la Generalitat o la presunta financiación ilegal del partido... Si de estas menudencias se desprende que Costa ha de ser destituido de sus cargos, con más razón se debe depurar a Camps. Con el agravante de que el ex secretario general no ha engañado a nadie y todo el país ha visto que el presidente sí ha mentido. Fraga no se fía de él. Fundadamente.

Después de todo lo que ha pasado, y lo que pasará, Rajoy ha renovado su pacto de hierro de socorros mutuos con Francisco Camps. Asume mucho riesgo, ciertamente. Lo hizo, además, pronunciando una frase terrible: "La vida son resultados", probablemente aludiendo a la capacidad indudable del presidente de la Generalitat valenciana para ganar elecciones. Acabáramos. Si se trata de que todo vale con tal de llegar al poder, apaga y vámonos. La vida política son resultados, pero también principios y convicciones.

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