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EL Partido Popular escenificó ayer un apresurado cierre de filas en torno a Mariano Rajoy, que ordenó el cese de las hostilidades abiertas tras el fracaso en las elecciones andaluzas y centradas en las figuras de su secretaria general, Dolores de Cospedal, y el influyente jefe del PP andaluz, Javier Arenas, que flanqueaban al presidente del Gobierno en la reunión de la Junta Directiva Nacional de la organización. Ésta es el máximo órgano del partido entre congresos y era la primera vez que se convocaba en los dos últimos años, pese al mandato estatutario que prescribe reuniones con una periodicidad cuatrimestral. Rajoy apeló a todos los dirigentes populares a centrar sus esfuerzos y energías en la recuperación económica como arma fundamental para afrontar las elecciones autonómicas y municipales de mayo y las generales del otoño. Dijo expresamente que hay que abandonar el debate sobre cuestiones intrascendentes e irrelevantes, refiriéndose con rotundidad al enfrentamiento que mantienen, cada vez más públicamente, los partidarios de Cospedal y los de Arenas. La consigna, acogida con aplausos y entusiasmo por los asistentes a la Junta Directiva, no pudo ser más clara: aparcar las diferencias internas para mejor ocasión, entendiendo y asumiendo que la peor ocasión es precisamente ahora, cuando el PP se enfrenta a uns comicios que amenazan seriamente con mermar el enorme poder institucional logrado por el partido gubernamental hace cuatro años. Tampoco el ámbito de la Junta Directiva, que prácticamente es una asamblea de cargos públicos, parecía el más adecuado para debatir sobre los grupos de poder orgánico en el interior del PP. No obstante, se engañaría el PP si pensara que los conflictos internos pueden resolverse por decreto o desaparecer por su mero aplazamiento. Tarde o temprano el Partido Popular tendrá que discutir abiertamente sus problemas de liderazgo, definición ideológica y posicionamiento dentro de una realidad política cambiante, en la que han aparecido nuevas formaciones políticas en vías de consolidación y en la que las mayorías absolutas se hacen cada vez más imposibles. Como todos los partidos, el PP tiende a no examinarse por dentro en vísperas de elecciones porque si hay algo que los electores castigan sistemáticamente es la división. El problema es que un buen resultado electoral propicia el fin de los debates y un mal resultado conlleva que los conflictos se agraven. En fin, Rajoy escogió ayer el camino más fácil, obligado, ciertamente, por la convicción de que ahora es el tiempo de la unidad y el bloque y que lo que menos conviene es la disgregación y las cuestiones endogámicas.

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