Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

Rateros en la Plaza de España

Las autoridades deberían tomar nota de la libertad de movimientos de los expoliadores de bolsos

En esta era hiperinformativa, con trillones de datos cruzándose en la galaxia de internet, en la que se multiplica el intercambio de experiencias y la propagación de vivencias, debería calcularse, y tenerse muy en cuenta, la dimensión del perjuicio que puede ocasionar a Sevilla, a su imagen, que alegres turistas dispuestos a disfrutar una mañana de la monumentalidad de la Plaza de España abandonen ésta ciscándose en toda la estirpe -aunque él no tenga absolutamente culpa de nada- de Aníbal González. Contra un disgusto del tamaño de la obra del arquitecto nada podría el masaje con ventosas y gua sha, del que ayer estaba previsto un curso intensivo en la misma plaza. Una leve aminoración de su cabreo le llegará al turista vía 280 caracteres de Twitter: cuando transmita a todo el planeta que ha sido víctima de un robo, a plena luz del día, en Seville (Spain), y justo cuando recorría, embelesado -y reconociendo decorados de algunas de sus películas y series de televisión favoritas-, una de las joyas de la ciudad. Si no le han robado el móvil, para cuando haya cruzado a la calle San Fernando o a los Jardines de Murillo o al Prado, ya sabrán en Tokio o en Singapur que la Plaza de España, en Seville (Spain), está infestada de rateros y hay que mantenerse alejado. Y si le han mangado el teléfono tardará algo más, pero sólo el tiempo en llegar a su hotel, sentarse ante un ordenador y transmitir su maldición.

Puede parecernos una exageración. Y sin duda lo sea. Pero internet se mueve y se nutre a base de hipérboles (en los comentarios que dejan los usuarios y los clientes y los visitantes en las páginas web que les permiten expresar sus opiniones no hay espacio para la mesura: o son bendiciones a nivel de misa concelebrada o se enciende una pira inquisitorial). Y son creídas. En cualquier caso, en este asunto que nos ocupa, el turista no está mintiendo. También podemos decir que es un "hecho aislado". No lo parece. Y es muy nocivo el efecto de la suma de "hechos aislados" para uno de los lugares de los que la ciudad se siente más orgullosa. Las autoridades -y no sólo las locales- deberían tomar nota de la libertad de movimientos que gozan en la Plaza de España los expoliadores de bolsos, macutos y mochilas de viajeros, mayormente extranjeros, como si fueran yacimientos sin vallar. Han sido los mismos guías los que han pulsado el botón de alarma. Han llegado a comparar la indefensión de los turistas con la de aquellos que aterrizaron por estos lares antes de los fastos de 1992. La Expo trajo más seguridad. Pero de eso va ya para 27 años. Y nadie quiere retroceder. Ni quedarse parado en el tiempo. Menos aún la ciudad. No hay que mirar atrás. Salvo en la Plaza de España. Por si acaso.

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