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Rayos y truenos

En ningún otro país de Europa ha ocurrido jamás lo que aquí ha ocurrido ya dos veces

El ambiente está muy revuelto. El verano se despide con una exhibición operística de rayos y truenos, pero llover, lo que se dice llover, apenas llueve. Todo lo más, caen las consabidas tormentas de granizo que destruyen las cosechas y alarman a los veraneantes. Al paso que vamos, el desierto se instalará en España dentro de poco tiempo, pero nadie parece preocupado por ello. Lo que nos preocupa son cosas mucho más urgentes. Por las redes sociales circula un texto aterrador que anima a inyectar sangre de cerdo en las venas de los musulmanes. Y al mismo tiempo, docenas de psicólogos y educadores sociales nos animan a comprender a los "niños" de Ripoll, pobrecitos, y eso que habían concebido una matanza que iba a superar todo lo visto hasta ahora en el mundo. La ministra de Trabajo, por su parte, nos dice muy seria que ya no hay contratos en precario en un país donde una gran parte de la población, sobre todo joven, vive con contratos en precario (si es que tiene trabajo). ¿Qué hacemos? ¿Nos echamos a reír o nos echamos a temblar? Y por si fuera poco, hay rumores de una moción de censura justo en vísperas de un acto de sedición como es la declaración de independencia en Cataluña.

Como es natural, el desánimo y el pesimismo se han instalado entre nosotros. Lo que se vio en la manifestación del sábado pasado en Barcelona nos ha inoculado una especie de melancolía incurable. "¿Qué país es éste -nos preguntamos- en el que nos insultamos los unos a los otros justo después de una matanza como la de las Ramblas?" Y lo peor de todo es que se ha repetido exactamente lo que ya ocurrió tras los atentados de Madrid de marzo del 2004: el odio cainita, las manipulaciones vergonzosas, el olvido de los muertos, las mentiras más descaradas...

En ningún otro país de Europa ha ocurrido jamás lo que aquí ha ocurrido ya dos veces, pero se ve que los españoles no tenemos remedio. En ningún sitio parece haber tanto odio reconcentrado. Y lo más raro de todo es que, cuando nos preguntan, todos acabamos reconociendo a regañadientes que aquí no se vive nada mal. Pero entonces, si es así, ¿por qué estamos siempre tan cabreados? O peor aún, ¿por qué fingimos estar siempre tan cabreados? ¿Por qué sobreactuamos tanto? ¿Por qué nos empeñamos en vivir en una interminable representación teatral? Es un enigma que me gustaría que alguien me aclarase.

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