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DEL jabón de Audiencia abierta, el espacio dedicado a la Casa Real que se emite en La 1, surge una espuma insípida que no termina de ser útil para estos meses tan horribilis para la Zarzuela, incluido un aniversario republicano con más inquietud y minutos que de costumbre. Hay quien ha llegado a sugerir que es la hora de una serie documental para hablar del fuste de la Monarquía Española, tan veterana, influyente e imperial. No habría un error más craso por parte de RTVE que engendrar ahora una estudio hagiográfico sobre los antepasados del Rey. De Carlos IV a Alfonso XIII media, por ejemplo, una decadencia eterna que nos ratifica qué malos reyes hubo por estas tierras, a excepción de Alfonso XII, quien al fallecer tan prematuramente no podemos calibrar del todo su papel en los años previos a la cruel sacudida de 1898. Hay pasados remotos que deben quedarse quietecitos en determinadas circunstancias. Los ancestros, precisamente, no jugaban a favor cuando don Juan Carlos fue proclamado jefe de Estado, tutor de una improbable democracia que vino a romper la tendencia de dos siglos funestos. A la vista está que nuestro Rey gana en las comparaciones con sus antepasados, pero documentales sobre nefastos monarcas como Fernando VII o Isabel II sólo vendrían a intoxicar una estancia que necesita airearse cuanto antes.

Los nuevos tiempos, entre la indignación, las redes sociales y los parientes con abogados, han pillado con el paso cambiado al equipo de Comunicación de la Casa Real. No es cuestión de espacios monográficos o entrevistas genuflexas. 1981 nos queda lejos ya a todos. El importante papel que ha tenido el Rey en nuestra dañada prosperidad no puede limitarse al 23F.

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