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La Noria

Realismo en crudo

El Barómetro del Ayuntamiento de Sevilla dibuja un panorama económico en el que la ciudad aparece rota por la crisis y augura un horizonte lleno de nubes negras para buena parte de la sociedad sevillana

NI el falso almíbar, ni la propaganda obsesiva a la que tan dada es cierta clase política que hace tiempo se olvidó de lo que es gobernar y se dedica sencillamente a navegar como puede sobre las aguas turbulentas, sirven de mucho en los tiempos de mudanza. Mucho menos en unos días que parecen anunciar una debacle. Algunos estimarán exagerada tal afirmación. Pero, a tenor de los datos que esta semana ha puesto encima de la mesa el Ayuntamiento hispalense en su barómetro económico, la crisis -que parece haber llegado con la firme y decidida vocación de quedarse- va camino de convertirse en una suerte de epidemia similar a la mítica peste bubónica que durante el siglo XVII diezmó la población de Sevilla y marcó el punto más agrio de su larga y secular historia.

Es cierto que ninguna comparación puede tomarse al pie de la letra. Aunque esta sana disciplina del contraste permite ver mejor las cosas. Sobre todo, porque nos ayuda a cuestionar ese lugar común, tan extendido en los últimos años, que dice que todo es susceptible de mejora. No siempre ocurre, por desgracia. A pesar de los optimistas, que suelen ridiculizar con suficiencia a quienes ven el entorno inmediato más bien de color negro, las evidencias objetivas son ya tantas que tan sólo puede colegirse que el pesimismo, al que tanta mala prensa se le ha dado, no es más, como ya dijera el clásico, que realismo en crudo.

datos negativos

La tendencia de los últimos meses no deja mucho lugar a las dudas. Sevilla, a la que la crisis arribó algo más tarde que a otros territorios, está ahora en el duro tránsito entre lo que los técnicos denominan "un ajuste" y lo que en la calle sencillamente se llama "un drama social". Una tragedia cotidiana y anónima. No porque no tenga nombre y apellidos, sino porque en realidad tiene tantos que bien pudiéramos decir que es sencillamente universal. Casi ecuménica.

Los datos del paro no dan respiro -casi un 25% ya- y los sectores productivos en los que descansaba la salud económica global -construcción, servicios, turismo- parecen sufrir una honda crisis estructural que no va a diluirse sencillamente con el mero paso del tiempo, ya que uno de sus factores -el exceso de endeudamiento de empresas y familias, en buena parte derivado de los tiempos en los que la especulación salvaje era la única guía económica- no puede eliminarse de un simple plumazo. Se trata de una atadura más que perdurable. Y eso, en el mejor de los supuestos posibles. La idea de dejar de pagar resulta a todas luces bastante peor.

Cuando una familia decide no abonar la hipoteca es porque está loca o, sencillamente, porque está en la más absoluta de las ruinas. Tal decisión no sólo se lleva por delante a los deudores, sino que -en caso de producirse de forma masiva, algo sobre lo que ha alertado el Ayuntamiento en su informe- puede arrastrar también a la sima a más de una (aparentemente) sólida entidad financiera. Es la venganza de las matemáticas. Por mucho dinero y tiempo que se invierta en manipular la imagen, antes o después las burbujas tienden a reventar. Es una pura cuestión física.

Las medidas paliativas puestas en marcha por el Gobierno central a través de los ayuntamientos para atenuar la sangría laboral no están cuajando en Sevilla. El Consistorio tardó demasiado en ponerlas en marcha, no ha tenido demasiado celo en su control -se han sucedido los casos en los que determinadas empresas falseaban las estadísticas de contrataciones- y verá terminar el año con un balance más virtual que real. A pesar del discurso oficial de Monteseirín, el informe de Sevilla Global sostiene que el Plan 8.000 no ha detenido el imparable proceso de destrucción de empleo y empresas, en buena medida agravado por la incapacidad de las administraciones públicas -que son quienes contratan- para afrontar las liquidaciones de las obras.

casos de corrupción

Que la estructura económica de Sevilla está herida parece obvio: la construcción de VPO ha caído un 90%, los visados de nuevos proyectos inmobiliarios se hundieron un 80% y los créditos hipotecarios también están tocando el suelo. Hay mucho menos dinero en circulación: real y virtual. También muchos menos turistas. El índice de pernoctaciones se derrumba, los empresarios abaratan los precios de los hoteles y las estadísticas de viajeros caen tanto en Santa Justa (tren) como en San Pablo (avión) sin que se atisbe solución alguna. No es ya cuestión de mejorar la promoción: sencillamente es que no hay dinero. Y si no hay, no se viaja. No puede ser más sencillo.

En mitad de esta espiral que no tiene visos de cesar, en paralelo casi, no dejan de sucederse los casos de presunta corrupción por toda la geografía española. Desde Sevilla, donde el affaire Mercasevilla marca la agenda política, a Madrid, Valencia, Barcelona, Almería. Casi todos ellos tienen su correspondiente ligazón municipal: el urbanismo, siempre el urbanismo, la piedra filosofal que casi todo lo explica. Ningún partido político, además, se libra. El saqueo de la hacienda común parecer la norma. Con este panorama, resultaría un milagro salir del pozo con ayuda de quien, probablemente, es quien lo ha cavado. Se puede ser optimista, claro. Pero no hay ganas.

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