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Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Rebelión

POCAS veces la destitución de un político ha sido tan tormentosa, y pocas veces la resistencia de los revoltosos a acatar las órdenes de los superiores y retirar sus carros de los emplazamientos ha sido tan remisa. Y pocas veces, en fin, se ha podido seguir una controversia interna de un partido con tanta emoción y perplejidad desde la calle, como si fuera un espectáculo de arte político abierto a las apuestas. Toda la madrugada pendió de un hilo el desenlace de lo que pasaba en Valencia, hasta el punto de que solo un periódico fue capaz de elaborar ayer un titular sin matices: "Camps torea a Rajoy" (Público). Salvando las distancias, el cruce de comunicados contradictorios vivido durante la noche del martes entre Madrid y Valencia me recordó otra madrugada de reyes y tanques. Salvo que la rebelión del PP valenciano ha sido más duradera y hasta ayer, bien entrada la mañana, los indomables no se dieron por vencidos.

Ricardo Costa no dudó ayer en comparecer en el Parlamento valenciano con intención de incorporarse a su portavocía, con la anuencia de Camps, pero burlando las órdenes de Madrid. Pero no se salió con la suya. Al final Camps improvisó en un despacho parlamentario la escena de la capitulación, que acabó entre inútiles palabras de aliento y llantos desolados de derrota. ¡Cuánto le ha costado a Rajoy (horas, días, semanas) convencer al secretario general de Valencia de que debía irse!

Lo que algunos habían denominado la "bomba Costa" le ha estallado en las manos a la dirección del PP nacional con todo su poder destructivo, pues no sólo ha puesto en evidencia la falta de energía política para someter a los contumaces, sino que además ha cavado una profunda trinchera entre Mariano Rajoy y Francisco Camps, promotor o cómplice de la rebelión valenciana. Es lo peor que le podía ocurrir al PP a cuenta del caso Gürtel, un serio apuro judicial que, como se demostró en las pasadas elecciones europeas, más que restar votos en las comunidades contaminadas por los tejemanejes de la trama corrupta de Correa y El Bigotes los incrementó, respaldando el dictamen popular de que lo que no mata engorda.

Ahora, sin embargo, Rajoy se enfrenta con la tarea de restañar una gran brecha en el partido, no sólo en relación a Camps, cuya trayectoria política tiene, a la fuerza, que pagar la factura de la sublevación, sino en el PP mismo, donde Esperanza Aguirre sigue apuntándose victorias en silencio y demostrando una capacidad para mantener la disciplina y cortar cabezas sin mover un músculo muy superior a la de su contendiente. Mientras, Zapatero, se frota las manos.

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