Hasta que irrumpió José Antonio Reyes de la mano de Joaquín Caparrós, Enrique Montero era el más exquisito de cuantos futbolistas salieron de la cantera del Sevilla. Como este tiempo de confinamiento y crujir de dientes nos tiene atravesando un desierto noticioso hay que tirar de recursos y éste de hoy nos lo pone en bandeja Montero tras su aparición en el aparato mediático del club que le llevó a la élite del balompié.

Como aventajado hijo del levante, Enrique tenía la impronta artística que acompaña a los nacidos junto a la Bahía y nadie sabe adónde podría haber llegado si no se le cruza en el camino un tuercebotas brasileño que atendía por Polozzi. Nuestro hombre fue rescatado por Carriega del ostracismo a que lo tenía condenado Roque Olsen y fue aquel gallego sabio el que lo convenció para que, incluso, superase la noche triste con el Sporting en que salió llorando del campo.

Y Enrique se embaló para tomar una velocidad de crucero que dejaba en impensable cuál sería su techo. Tenía muchas posibilidades de estar en el Mundial del 82 y el último sábado de agosto del 81 en Carranza, la vida viraría el rumbo. Goleaba el Sevilla al Palmeiras y, ya terminando, Miguel Muñoz decidió relevarle por Yiyi, pero con Manolito Pérez enarbolando la cartela con el 7 de Enrique, el juego no se paraba, Enrique se gustaba y fue cazado con una rodilla destrozada.

Paradójicamente, ese mediodía había llegado Eugenio Montes a un acuerdo con José Luis Núñez para que fuese al Barça a cambio de la astronómica cifra, hoy ridícula, de 150 millones de pesetas. Un dinero salvífico para las arcas sevillistas, pero todo se truncó aquella noche de levante en calma. Enrique es hoy dorsal de leyenda del club y en este tiempo de sequía de noticias su aparición en los medios del club ha hecho que este artículo nos llegue botando y al pie.