Olor a zotal, albero recién regado, servicio de ambigú y nevería, según rezaba la publicidad, y colas largas para ver Currito de la Cruz, Mi amor brasileño, Centauros del desierto o La herida luminosa. He ahí el ADN del cine de verano, la espita por donde el sevillano le daba el pase de la firma a la jornada a la par que combatía la calor inmisericorde de la canícula. Nostalgia paliada hoy por la benignidad térmica, pero nostalgia al cabo de aquellas veladas en el cine Colón con la banda sonora de los gritos de al otro lado de la tapia. Ni cine Colón ni aquella pileta del Club Natación con sus tritones existen. Y hogaño reaparece la nostalgia de cuando rematábamos el día con toda la familia en el cine y prisas por ver una vez más un No-Do que nos traía imágenes de Di Stéfano, de Kubala o de Luis Miguel como adelanto de John Wayne disparando entre riscos. Cuánta añoranza...