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Tomás garcía rodríguez

Doctor en Biología

Reflejos de la Plaza del Salvador

Parte de la plaza sirvió como camposanto, principalmente para niños de la Casa Cuna

La plaza recibe su nombre de la iglesia del Divino Salvador, una joya del barroco sevillano erigida, a partir de 1671, sobre el solar de la mezquita mayor omeya Ibn Adabbas del siglo IX. Del templo musulmán resta el bello patio de abluciones y el minarete bajo un campanario dieciochesco, siendo en su tiempo el corazón de la urbe islámica hasta que se construye, en el siglo XII, el nuevo templo principal almohade con su famoso alminar, la futura Giralda.

Tras la conquista cristiana, el antiguo zoco árabe aquí situado pasaría a ser el emplazamiento de distintos mercados, lo cual se revela en algunos de los nombres de la plaza: Cordoneros, Cereros, Candeleros, Lenceros... Frente a la antigua colegiata del Salvador, se puede contemplar la iglesia del primitivo hospital medieval de la Paz, hoy de San Juan de Dios, bajo una galería de soportales que nos transporta a épocas de esplendor y de miserias. Parte de la plaza sirvió como camposanto, principalmente para niños de la Casa Cuna, hasta que en 1846 se convierte en un paseo romántico en altura -tipo salón- con bancos de hierro y acacias alrededor, aunque solo se mantendría quince años. En 1924, se instala un monumento al escultor Juan Martínez Montañés para que desde él pudiese contemplar en Jueves Santo su excelso nazareno de Pasión; la imagen sería trasladada a la avenida de la Constitución en 1970 y devuelta trece años después, dentro de la reforma urbanística que conllevaría también la sustitución de chopos por naranjos.

La rica historia de este mágico lugar, tan enraizado en la ciudad y en su Semana Santa, se manifiesta a través de reflejos evocadores: el encalado rojo almagre de ladrillos y el de la piedra calcarenita de El Puerto de Santa María enjabelgada -con triturado de la misma roca- de la fachada del Salvador ofrecen una pulsión única; las luminosas losas de mármol amarillo-verdosas en el basamento del monumento y las rojas de caliza Griotte en la escalinata que asciende al templo, en contraste con los monocromos y débiles granitos de Quintana de la Serena del enlosado central, nos indican cuál es el camino para la recuperación de pavimentaciones y ornatos acordes con el colorido propio de la atrayente villa; el reluciente bronceado del gran imaginero; el resto de porticado tradicional que remonta a las bulliciosas ferias de antaño; o los arabizantes naranjos que laten en el alma de la antigua Ishbiliya...

Esta plaza mantiene el pálpito de una urbe eterna, absorbente de culturas y tradiciones, que canta y ora, que trabaja y duerme su sueño de eternas glorias, y que debe mirar al porvenir sin prejuicios, mas sin olvidar su noble ascendencia...

"Sevilla, cuando yo muera/ no quiero ser tierra tuya./ Aire fino de tus barrios./ Soledad de tus clausuras./ Vuelo y canto de campanas/ que suben a Dios su música. /.../ Aroma, canto, saeta,/ júbilo, oración, profunda/ sabiduría sin norma./ Sencillez que nada oculta./ Sevilla, cuando yo muera/ quiero ser tu gracia pura"(Joaquín Romero Murube).

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