TRÁFICO Cuatro jóvenes hospitalizados en Sevilla tras un accidente de tráfico

La ciudad y los días

Carlos Colón

Reflexión de fin de Feria

ES comprensible que en Sevilla haya quienes amen y vivan la Semana Santa, la Feria, el Rocío y cuantas celebraciones colectivas religiosas o profanas se ha dado la ciudad a sí misma a lo largo del tiempo; quienes amen y vivan sólo alguna; y quienes no amen ni vivan ninguna. Es tan comprensible como que haya pamplonicas que no vivan los sanfermines, valencianos que sean indiferentes al fuego y las tracas o gaditanos que ignoren los carnavales. Menos comprensible es que quienes no las viven, además las aborrezcan. Muchos factores pueden darse en este curioso fenómeno de aborrecer lo que no gusta, como si no bastara no participar en ello. Unos son subjetivos, y por lo tanto es difícil explicarlos, y otros objetivos: las grandes celebraciones colectivas, anticipadas y multiplicadas por los medios de comunicación, tienden a desbordar sus límites, rozando lo abusivo y haciéndose jartibles.

Personalmente creo (y lo practico) que lo razonable para quien no participe en las fiestas es esquivar como pueda su impacto directo, sus efectos colaterales y su expansión mediática. Oponerse a ellas es inútil porque no hacen sino crecer, tal vez como respuesta local a la disolución en lo global. Odiarlas no conduce a nada, si acaso sólo al antipático elitismo de quien se cree superior por aborrecer lo que gusta a la mayoría. Lo más positivo sería crear alternativas. Quienes, por ejemplo, lamentan que los símbolos de celebración colectiva de Sevilla sean la Semana Santa y la Feria podrían crear y participar en otros que dieran tanta fama a la ciudad como esas fiestas. Ciudades con fama patrimonial, festiva o turística han logrado hacerse aún más famosas en todo el mundo gracias a propuestas tan diversas como bienales y festivales de cine (Berlín, Venecia, Cannes), de artes escénicas (Edimburgo, Avignon), de música (Salzburgo, Aldeburgh, Verona), de jazz (Montreux) o de arte (Venecia, Sao Paulo).

Sevilla no ha querido, no ha podido o no ha sabido darse eventos de proyección internacional. Sacrificó sus festivales de jazz y de música de cine, mató y ahora intenta resucitar el de cine, no logra que la Biacs sea una propuesta seria, no apoya con la decisión que merecería el Festival de Música Antigua y tiene como solitaria estrella internacional la Bienal de Flamenco (lo que de alguna manera nos devuelve a lo tradicional). ¿No da para más? ¿Quiénes participan en sus fiestas tradicionales se quedan sin fuerzas para animar otras? ¿Quiénes no lo hacen son tan pocos o están tan lacios que sólo les quedan fuerzas negativas para criticar y carecen de energías positivas para construir?

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