Tribuna

Tomás García Rodríguez

Profesor de Biología

Reflexiones en la Catedral

Hace unos quince o veinte años, dando clases en Secundaria, cuando podía comenzar algo más tarde, desayunaba muy temprano en el centro de Sevilla y después entraba en la Catedral. Reflexionaba, preparaba el día, recogía la influencia y el misterio de este espacio eterno y me preparaba para “la batalla diaria en las aulas”. Organizaba el guión del tema diario y mentalizaba todo lo que quería expresar a los alumnos. Podía hacerlo entonces, pero hoy eso es imposible. Ya no se puede acceder al interior de la Catedral cuando lo desees. Existen unos horarios estrictos, enfocados al turismo y no al pueblo de Sevilla.

Las catedrales medievales, sobre todo las góticas, estaban al servicio del pueblo llano. Sus casas hermanaban con sus piedras y tocaban sus muros. En la actual Plaza de la Virgen de los Reyes se encontraba el conjunto vecinal del Corral de los Olmos. El pueblo tenía a su Catedral como epicentro de toda su actividad. Entraban, salían, se producían intercambios comerciales en sus aledaños... La catedral era una Biblia en imágenes para el pueblo, en su mayoría analfabeto. Las vidrieras, las iconografías, todo era un libro para personas que necesitaban el aliento y la paz de unos mensajes fáciles de descifrar y que les ayudaban a transitar por su mundo lleno de amenazas y sinsabores.

En la actualidad todo se está deformando. Las catedrales, y en particular la de Sevilla, se han convertido en un producto de atracción turística, con sus restricciones y limitaciones. Ya no puedo entrar y salir a mi gusto, ya no puedo reflexionar entre esas paredes construidas por arquitectos mágicos que sólo transmitían sus conocimientos a iniciados, ya no puedo sentir ese halo mágico y ese mensaje milenario de sus piedras, y ya no puedo ni rezar.

Esto no es exclusivo de Sevilla. En las catedrales de León, de Burgos, de Salamanca y de tantas otras ocurre exactamente lo mismo. En la Edad Media, en muchas de ellas, los comerciantes se atrevieron a entrar en el propio edificio para realizar sus transacciones y tuvieron que ser expulsados posteriormente. La Lonja de Mercaderes que se creó en el siglo XVI, en el edificio actual del Archivo de Indias, no se consolidó. Los comerciantes no querían estar constreñidos a un espacio. En la Catedral de Sevilla, en sus costados, en las gradas, se realizaban todo tipo de intercambios, incluso de trata de esclavos. Esto no podía estar regulado ni ellos lo deseaban. La Lonja de Herrera languideció y se aprovechó para otros usos, como la Academia de Pintura impulsada por Murillo y otros pintores como Valdés Leal.

Quiero concluir que todo me produce tristeza y desazón. Las catedrales han perdido totalmente su función primordial: instruir y enseñar, relajar y pacificar, unir y esperanzar, vivir y soñar...

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