CARRIEGA alardeaba de no leer los periódicos, pero dejaba de hablarte unos días si la opinión no le gustaba, Miguel Muñoz se emplazaba en su castillete teniendo a menos rebajarse, Cantatore se hacía el despistado, Cardo te hacía ver que estabas equivocado en la crítica, Víctor parecía por encima del bien y del mal mientras que Javi Clemente te rebatía la cosa con argumentos muy sui géneris y una sonrisa que maquillaba el cabreo.

Así reaccionaban algunos de los entrenadores que me han tocado tratar en casi medio siglo de permanencia en esta profesión tan de capa caída. Como puede verse había contestaciones para todos los gustos, pero eran cuestiones entre técnico y periodista sin injerencias, de frente y sin que a nadie se le cayesen los anillos. Era la normalidad en el proceloso día a día del fútbol con su alternancia de victorias y derrotas, de azúcar o de acíbar, todo según tocase.

Hogaño y en lo que respecta al entrenador del Betis, la cosa ha cambiado. Aunque creo que él no tiene culpa, el problema está en la incomodidad de criticarle algo por la avalancha de injerencias en su defensa y no de aficionados, precisamente. En fin, que no sé si incidir en que la mala trayectoria del Betis como anfitrión no es fruto de la casualidad, sino de unos errores que a fuer de no corregirse van haciéndose tan crónicos que la sensación es que a ver si ganará alguna vez de local.

Por ejemplo, N'Diaye, que está siendo el mejor, no puede soltar amarras tan alegremente cuando en la pizarra se dice que es el que ha de cerrar la viña. O que Ceballos jamás será organizador de nada, sino un mediapunta más que aceptable, algo así como era Capi en el Betis de Juande. Hay más cosas a tener en cuenta, pero ya está bien por hoy, no vaya a ser que los celosos defensores de Mel me envíen a galeras o a pira pública. Nunca nada fue como ahora, pero los tiempos son así.