Cuchillo sin filo

Francisco Correal

fcorreal@diariodesevilla.es

Reivindicación del Iliturgi

El fútbol es como el amor, es muy sutil la línea que separa lo romántico de lo contractual

Lo que el dinero ha unido, eso no lo separa ni Dios. Con derechos de autor del cura de La escopeta nacional (Agustín González en la película de Berlanga), es lo primero que se me viene a la mente con esta locura de la Superliga. Nada nuevo bajo el sol. A nadie tiene que extrañar que en estos tiempos de nueva política, nuevo cine, nueva literatura, moderneces que ya cobraban auge antes de la pandemia que incorporó sus nuevos hábitos, a nadie puede escandalizar la aparición de este nuevo fútbol. Un invento en cuya génesis hay españolistas y separatistas; están los ingleses que lo inventaron y lo abrieron al mundo y los italianos que lo cerraron con el catenaccio. Hemos pasado de los partidos entre solteros y casados, anacronismo de aquellas vacaciones en las residencias de Educación y Descanso, a esta brecha entre ricos y pobres. Leopoldo de Luis publicó un hermoso poema titulado Fútbol modesto que era en realidad un alegato antifranquista. El fútbol es un negocio y, ya lo decía Darío Fo, ¿qué negocio no es estafa? Los futboleros lo sabemos; también lo es el sexo, argumentaba Eduardo Galeano, y a ver quién está libre y tira la primera piedra. Una cosa es que sea un negocio y que evidencie su bancarrota con los estadios vacíos y la soledad de las estrellas por los rigores de la peste posmoderna, y otra que se noten tanto los pespuntes de esa fractura. El fútbol es el territorio de nuestra infancia y esta grandilocuencia de cifras, de proyectos es un misil tierra-aire contra ese mundo de inocencia virgiliana. El fútbol es en el fondo un acto de amor; como en el matrimonio, es muy sutil la línea que separa lo romántico de lo contractual, el asombro de la rutina, el verso de la prosa, una línea tan imperceptible como esas centésimas de milímetro del fuera de juego que escrutan los ojos orwellianos del Gran Primo Hermano del VAR. El Madrid, que sueña cincuenta años después con tomarse la revancha contra el Chelsea, cuando Gento fue suplente en Atenas de Manolín Bueno (y mártir), parece que no ha digerido su eliminación copera frente al Alcoyano; y el Atleti de Enrique Cerezo, que sueña con un Netflix para el fútbol, lo mismo desde que cayó con el Cornellá. El Barcelona, sin embargo, no sufrió ningún alcorconazo y se llevó de la Cartuja el vellocino de oro. Pero Florentino le hace a Laporta el pasillo de los fenicios, el salto de la Liga española a la europea para librarle de una hipotética competición catalana con duelos vibrantes ante la Llagostera, el Figueras o el Badalona. El balón de la avaricia vuela de Madrid a Milán y a Manchester, las tres capitales del fútbol continental, olvidando que la salsa está en el Paiporta y el Iliturgi, el Egabrense y el Sanluqueño. Todos los equipos modestos sueñan con subir algún día a Primera para convertir en domingo de precepto la visita del Barça o el Madrid. Se vivió en Almendralejo, en Santiago de Compostela o en el Albacete del queso mecánico. El impresionante currículum de Pep Guardiola empezó con una derrota ante el Numancia en Los Pajaritos. Que vencieron a las Escopetas, que diría Valdano.

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