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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Réquiem Rock por Napoleón Solo

Noches de gloria televisiva tenemos que agradecerle a Robert Vaughn en los años de oro de las series

R style="text-transform:uppercase">ecuerdanEl agente de CIPOL? ¡Qué lujo de guionistas! Sam Rolfe, nominado al Oscar por el de Colorado Jim, de Mann; Robert Towne, que lo ganó por el de Chinatown, de Polanski, y Harlan Herrison, autor de relatos de terror y ciencia ficción premiados con el Hugo, el Nébula y el Edgar y de guiones para series legendarias como Viaje al fondo del mar, Rumbo a lo desconocido, The Twilight Zone o Star Trek. ¡Qué lujo de padrino! Ian Flening, quien hizo el boceto del protagonista y lo bautizó como Mr. Solo. ¡Qué lujo de músicos! Jerry Goldsmith compuso la sintonía y muchos fondos, encargándose de algunos episodios Lalo Shiffrin o Nelson Riddle. ¡Qué lujo de reparto! El jefe, el señor Waberly, era Leo. G. Carroll, uno de los actores favoritos de Hitchcock; el compañero inseparable, Illya Kuryakin, era David McCallum, quien no tuvo suerte en el cine pese a sus apariciones en Freud o La gran evasión, y el protagonista, Napoleón Solo, era Robert Vaughn, el gran actor que acaba de dejarnos a los 83 años.

Se comentará que es el último de Los siete magníficos, que interpretó grandes películas como La ciudad frente a mí -por la que fue nominado al Oscar como actor de reparto-, Bullit, El puente de Remagen o El coloso en llamas. Pero sobre todo fue el Napoleón Solo de El agente de CIPOL. Lo vimos por primera vez el 9 de diciembre de 1966 en un televisor en blanco y negro de pantalla abultada y caja imitando madera (rematada con algún adorno colocado sobre pañito de crochet) puesto sobre el aparador, embutido en el mueble bar o expuesto sobre una moderna mesita ad hoc: brillante formica, remates de plástico, patas abiertas de metal negro con puntas cónicas de goma y repisa para el transformador.

Noches de gloria televisiva tenemos que agradecerle a Robert Vaughn en los años de oro de las series de estética lounge, pantalones sin pinzas, corbatas estrechas, decorados pop, gadgets inverosímiles, caballeros siempre bien vestidos (Illya era más informal, Napoleón más británico) y señoritas con voluminosos escardados destructores de la capa de ozono y esas puntiagudas protuberancias que el pueblo llano llamaba pitones y las novelitas de quiosco "senos turgentes". Lo despedimos con el agradecimiento que se siente hacia quien nos hizo pasar muchos buenos ratos frente a una pantalla de televisión que no escupía. Suene el Rock Requiem de Lalo Schifrin en su honor.

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