MALDICIÓN, debe ser una maldición la que persigue al Betis desde tiempo inmemorial. Hace una semana tuve el gusto de conocer a Juan Manuel Gómez Porrúa en una cena que sirvió para dejarnos bien claro que el Betis iba a arreglarse, que la larga noche que vive institucionalmente iba a terminar para que amaneciese un tiempo nuevo lleno de esperanza, que ya se sabe que la esperanza viste de verde. No tiene trece rayas, pero viste de verde. Y ese mensaje quedó clarísimo tras conocer a una catarata de conocimiento y dedicación con nombre propio, el del fallecido ayer Juan Manuel Gómez Porrúa.

Tenía Gómez Porrúa tan controlada la maraña que atrapó al Real Betis Balompié que incluso contaba con innumerables soluciones para la cantidad de celadas a eludir. Hubo un comensal que se despidió de él diciendo que ya podía dormir tranquilo sabiendo quién estaba al mando de la Operación Rescate. Dinámico, volcánico en sus exposiciones a la par que ordenado, con Gómez Porrúa podía ponerse una mano, y las dos, en el fuego apostando por la regeneración del por siempre Real Betis Balompié. Y es que dentro de la ominosa realidad que vive el sevillanísimo club de las trece barras podía creerse a pie juntillas que el final del túnel se haría realidad.

Y sin creer que ese túnel vaya a hacerse interminable, la inesperada muerte de Juan Manuel es un palo considerable a la marcha de las operaciones. Parece como un designio fatal, como una maldición que empezó el 30 de junio del 92, ¿o empezó antes?, y que no ceja en su empeño de dificultar la vida de la carismática institución verde, blanca y verde. La muerte de Gómez Porrúa ha cogido a todos con el paso cambiado y por lo pronto se ha de salir de la incredulidad y de la estupefacción que ha supuesto este mazazo. Ahora bien, un nuevo motor acaba de nacer para la regeneración del Betis, el de emular en el trabajo al hombre formidable que nos dejaba ayer.