La ciudad y los días

Carlos Colón

De la Resolana a San Lorenzo

EMPEZÓ mi Navidad el pasado 17 de diciembre, con los niños de los Altos Colegios cantando villancicos en torno a la Esperanza. Bajé después por San Luis cuando las campanas de San Gil anunciaban la misa de diez y media. Olía a café y aguardiente en el Bar Meli. Dos vecinas que debían haber conocido a la Esperanza en San Gil iban por calle Pozo, cogidas del brazo, camino del besamanos. Desdibujado por la niebla, el Pumarejo parecía el que fue. El vacío de Casa Juan, aún sin parroquianos, acentuaba su ascética desnudez de taberna antigua. Me dejé ir por Ruiz Gijón, Macasta, San Julián, Duque Cornejo, Bordador Rodríguez Ojeda, Padre Manjón… Por un roto en el asfalto de Arrayán asomaban los adoquines grandes y recios, de barrio, que tantas tardes crecientes de Cuaresma pisé cuando era joven y, de la mano de Chaves Nogales, paseaba la ciudad como él decía que había que hacerlo: desmenuzando el misterio de nuestro amor hacia esas casas, esas calles y esas gentes. Llegado al ábside de Ominum Sanctorum bajé por una calle Feria en decadente bullicio de Jueves y busqué la Europa por Conde de Torrejón. Podía sonar Silencio blanco por campanilleros. Por Delgado y Santa Bárbara burlé el horror amarillo de la Alameda hasta alcanzar Conde de Barajas y la Plaza de San Lorenzo.

De esa mañana hace justo una semana que me parece a la vez un instante y una vida. Hoy es 24 de diciembre porque el Señor amaneció con su túnica de Epifanía. Busca su culminación en San Lorenzo lo que comenzó en la Resolana. Bendigan conmigo la suerte, quienes tengan la fortuna de apreciarlo, de vivir en la ciudad de la Esperanza y el Gran Poder, en la que la Navidad la abre la Macarena y la cierra el Señor, en la que la pronto veremos avanzar la Cuaresma a pasos de luz larga, en la que el tiempo aún es sagrado y las estaciones tienen nombres propios. Bendigan su suerte quienes sepan apreciar los dones mayores de la ciudad, porque aquí se revela a los sencillos lo que quedó oculto a quienes se creen sabios.

Escribe el erudito profesor Dan Jaffé en El Talmud y los orígenes judíos del cristianismo: "Se corre el riesgo de que incluso el historiador más perspicaz nunca consiga encontrar en el Cristo de los Evangelios a la persona de carne y sangre que recorría los pedregosos y polvorientos caminos de la Galilea rural del siglo I". En Sevilla, perdonen la presunción, no corremos este riesgo. Y no hace falta ser el historiador más perspicaz para encontrar al Cristo Resucitado en el hombre compasivo y sufriente que recorrió los polvorientos caminos de Galilea. Nos basta con ir a San Lorenzo. Feliz Navidad.

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