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La tribuna

manuel Bustos Rodríguez

Respuestas al separatismo

POLÍTICA del avestruz, política de dejar pudrirse, judicialización de la política, política de cesión: expresiones con significados diferentes, pero que definen las actitudes, hoy mayoritarias, ante el grave problema de disolución de la nación española.

Asignatura pendiente de la Transición, el desarrollo del independentismo constituye uno de los grandes temas de los últimos cuarenta años de democracia y un punto de inflexión en nuestra historia. Los españoles, por tantas cosas distintos a los demás europeos, asistimos, en plena época de la globalización, de esfuerzos por la integración europea o de recuperación de las señas de identidad nacional, que los tres procesos están hoy abiertos en la Unión a pesar de su aparente incompatibilidad, a un progreso sinuoso pero incontestable de la descomposición de nuestra nación, la vieja nación hispana.

El fenómeno es paradójico no sólo por lo expuesto, sino por la escasa o nula resistencia de los agentes afectados (Gobierno, partidos, instituciones, ciudadanía) a lo que se ve venir desde hace tiempo con nitidez: que o reaccionamos, si es que estamos aún a tiempo, o, de seguir así, muchos de nosotros asistiremos, entre resignados, indiferentes y renegados, a la fragmentación de un país que, no obstante sus peculiaridades territoriales y puntuales tensiones, ha sido capaz de convivir en unidad durante más de cinco siglos y de realizar obras grandes.

Nadie duda de que parar lo que ya parece imparable suscita entre nosotros temor, ante la envergadura y riesgos de la tarea, máxime, una vez que se dejó de hacer lo que se debió en su momento. De ahí que, en lugar de presentar batalla (legal, cultural, política, se sobrentiende) nos encontremos ante la persistencia de las actitudes que expuse al comienzo de este artículo.

Política del avestruz; es decir, aquí en realidad no pasa nada importante, miremos para otro lado y no magnifiquemos lo que sucede porque tampoco es para tanto. No alarmemos al personal.

Dejar pudrirse, que nos conduce a un resultado similar: ya se cansarán los independentistas, no hay mal que cien años dure, estallarán por sus propias contradicciones y terminarán divididos y enfrentados entre sí. La victoria nos será ofrecida en bandeja y nos dirán que necesitan de nosotros, que quién hablaba de separarse.

Pero, como algo hay que hacer, yo Gobierno no actúo, a pesar de la autoridad que me confiere la Constitución, y llevo los reiterados desacatos y la ilegalidad de las actividades separatistas a los tribunales. De esta manera, se forma una bola de nieve de contenciosos que tardarán años en resolverse, sin seguridad alguna de que se cumpla después su veredicto, porque tampoco se está por la labor de hacerlo cumplir. Mientras tanto gano tiempo, pasan sucesivamente los comicios, y que quien venga detrás recoja vela.

Política de cesiones: el independentista se calmará a medida que satisfaga sus peticiones, aunque éstas puedan ser infinitas. Tal es, unido a los pactos para obtener mayorías, la más antigua de las actitudes. Puesto a aliarse me alío con quien va en contra de los intereses de mi propio país tras maquillar su cara. Así, una vez será con el PNV, otra con Bildu, otra con Convergencia y Unión, según el momento y las posibilidades. Como no les voy a dar todo de golpe, dosificándolo lograré gobernar más tiempo.

Mientras tanto, la ciudadanía que sentía el País Vasco o Cataluña como una parte de su propio ser, de la historia común, cansada de ser toreada, vapuleada y no apoyada por quienes debieran, ha pasado a una posición de abulia, desapego, no exenta de ciertas dosis de aversión, hacia quienes, durante muchos años, consideró sus compatriotas, con sus hermosas peculiaridades, que les hacía atractivos y complementarios.

Ni que decir tiene que este trágico panorama es continuamente dorado por los buenistas, que tan satisfechos se sienten, por ejemplo, de que el PNV se haya moderado (aunque siga adelante con sus aspiraciones independentistas), y pueda así ser aceptado para una próxima alianza. Y las guindas del pastel: el momento actual, de debilidad política, y los partidos. De éstos, unos, ya lo hemos dicho, no están por la disolución, pero tampoco claman muy alto el nombre de España por no encabritar al león; otros son ya abiertamente separatistas. El resto consiente, porque España no deja de ser una ficción y poco importa que se disuelva.

Las excepciones a la regla son escasas y su voz suele perderse en medio de tanta conveniencia política y de los atrayentes cantos de sirena. Una gran parte de la ciudadanía, entretanto, abandonada a su suerte, dormita y se evade. Al fin y al cabo qué más da que España se esfume, aún nos quedan Castilla y Andalucía. Confiemos que no les dé algún día también por irse.

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